España, ¿un país sin futuro?
ANÁLISIS ·
Nuestro potencial económico depende, y dependerá, crucialmente de la formación, la investigación y la innovación que pueda desarrollar nuestro capital humanoEl título de este artículo pretende ser un tanto provocativo. Y lo pretende porque, es obvio que España, como cualquier otro país, tiene futuro. Lo ... que no está tan claro es qué tipo de futuro tendrá y, por lo tanto, tendremos todos nosotros.
Si, como hacemos siempre en esta sección, nos mantenemos en el ámbito de lo económico (por más que esté estrechamente ligado al de lo político y social), no caben muchas dudas de que nuestro futuro, tanto el inmediato como el mediato, no pinta demasiado bien. Con relación al primero, no hace falta más que ver qué es lo que ha sucedido con el nivel de actividad y el mercado de trabajo en 2020 para augurar que, pese a una bastante probable recuperación, España seguirá siendo, en 2021, el enfermo de los grandes países de la UE. ¿Por qué es esto así? Pues porque, aunque supongo que son múltiples los factores causantes de esta situación, hay uno que sobresale sobre todos los demás: nuestra estructura productiva, tremendamente sesgada hacia sectores bastante intensivos en el uso de mano de obra no demasiado especializada. Los ejemplos que, en este sentido, nos ofrece la pandemia son más que evidentes: somos uno de los países que se han visto más perjudicados por la misma porque dependemos, críticamente, del turismo o, para ser más precisos, de un turismo que, en promedio, es de nivel medio-bajo. Si a esto se le une que, en líneas generales, nuestro sector industrial no está en la vanguardia de la tecnología, que nuestras empresas son de muy reducido tamaño y que los gobiernos con los que contamos son escasamente competentes (no hay más que ver lo que está ocurriendo con la vacunación contra el covid-19), es obvio que el resultado que tenemos es el que es y que no puede ser otro. Reducida actividad económica, elevado nivel de paro y, como colofón, aumento desmesurado de la pobreza y la exclusión social.
A medio plazo, estos factores seguirán lastrando nuestro potencial de crecimiento, sobre todo porque no hay una política clara que tenga como objetivo revertir la situación. Lo hemos dicho infinitas veces y lo seguiremos diciendo siempre que surja la oportunidad. En la actualidad, mucho más que en el pasado, pero bastante menos que en el futuro, nuestro potencial económico depende, y dependerá, crucialmente de la formación, la investigación y la innovación que pueda desarrollar nuestro capital humano.
«Necesitaríamos gobernantes más preocupados por el bien común que por su medro personal»
Aunque quizás se me acuse de arrimar el ascua a mi sardina, me parece que en el único terreno en el que las cosas se están haciendo relativamente bien (fíjense en el subrayado) es en el de la formación universitaria, bien que con grandes posibilidades de mejora. En los otros dos aspectos, por desgracia, no brillamos en absoluto y, lo que es peor, no estamos haciendo nada para remediarlo o, si no queremos ser exagerados, hacemos muy poco. Como subraya María José Alonso, una experta en biofarmacia y tecnología farmacéutica, en una reciente entrevista, «los países desarrollados lo son porque durante siglos han invertido en ciencia. Es una inversión a largo plazo y requiere un pacto de Estado. Ya hemos visto que una economía basada principalmente en el turismo es muy vulnerable». Y añade, «si nuestra sociedad aprecia el valor de la ciencia (cosa que, creo yo, no hace), se podrá exigir a nuestros políticos que inviertan en I+D, en un futuro basado en el talento. Sin investigación no hay futuro, tampoco salud y, por tanto, economía». Se puede decir más alto, sin duda, pero no más claro.
Pues bien, con una estructura productiva muy dependiente del turismo (y todas las actividades que se desarrollan en su entorno), con una inversión en I+D que no termina de despegar y, en consecuencia, con una capacidad innovadora y de emprendimiento bastante mermadas, es más que evidente que, en el citado medio plazo, seguiremos siendo unos segundones, sin ninguna o con muy reducidas posibilidades de llegar a converger con los países más avanzados de Europa. La única posibilidad que tenemos de que esto no sea así es que nuestros gobernantes apuesten decididamente, y de forma continuada, por la ciencia. Para que esto suceda, necesitaríamos contar con gobernantes competentes y honestos, mucho más preocupados por el bien común que por su medro personal, algo que, por desgracia, tengo la impresión que no sucede en nuestro país desde hace un buen número de años. ¿Cambiará a partir de ahora? Muy a mi pesar, lo dudo.
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