Feijóo de mis pecados
Político chapado a la antigua, el poder para él es un medio para enderezar la política española, no un fin en sí mismo
Fue un error apostar que Feijóo desharía el embrollo en el que Sánchez había metido a la política española? En todo caso lo hice advirtiendo ... de que la corriente del PP encabezada por Ayuso, sería el mayor obstáculo intra-partido que nuestro hombre habría de superar para lograr su objetivo. Los últimos sucesos acaecidos alrededor de la renovación del Poder Judicial, su cancelación cuando ya estaba lista para la firma, han puesto de manifiesto que mis temores al respecto no eran humo de pajas (mentales) sino prevenciones de perro apaleado.
Tenía claro que Ayuso –junto a su asesor áulico, Miguel Ángel Rodríguez (MAR)– no iba a renunciar a las exitosas posiciones conquistadas durante la ejecutoria de Casado. A este le habían derrotado en toda la línea; pero la aparición de Feijóo desbarató sus planes de quedarse con el partido y ganarle la presidencia a Sánchez con el apoyo de Vox. Esa sigue siendo su apuesta a día de hoy.
La tentación del populismo, cuya última víctima ha sido la británica Liz Truss, está siendo muy fuerte en casi todas las derechas occidentales. Sentir el aliento de la extrema derecha en el cogote es una situación muy incómoda que debe resolver la derecha moderada. Para lo cual tiene dos opciones: sumarla o asfixiarla. Ayuso es partidaria de la primera opción, Feijóo lo es de la segunda. Las terminales mediáticas del PP están evidentemente más cerca de Ayuso que de Feijóo, para lo cual hay una explicación: es más fácil ganar, populismo mediante. Ayuso ha demostrado que una vez conquistado el poder sabe cómo sostenerlo y aumentarlo.
Pero además está el obstáculo personificado por Pedro Sánchez, que no es moco de pavo. Corre por los mentideros madrileños una teoría alambicada sobre la cancelación del susodicho acuerdo según el cual, Sánchez, que supuestamente está loco por conseguir el control del Poder Judicial, es quien ha torpedeado su renovación. La teoría es que el temor de Sánchez a rebajar la pena del delito de sedición, muy impopular incluso entre los votantes socialistas, es aún mayor que el deseo de controlar el poder judicial; razón por la cual se anunció justo lo contrario, que se iba a rebajar la pena de sedición, consiguiendo así que fuera Feijóo quien rompiese el acuerdo y justificar de este modo ante los sediciosos catalanes la posposición sine die de la prometida rebaja. La ambición de sostenerse en el poder del presidente es igual o mayor que la de Ayuso-MAR, así pues, el maquiavelismo de ambos me resulta igualmente verosímil.
No es extraño que Feijóo se haya visto sorprendido entre dos fuegos y que haya aparecido como bisoño ante las malas artes de la política madrileña –tanto en Puerta del Sol como en Moncloa– pero cometen un error los que le infravaloran. Feijóo es de la cuerda de Rajoy y con muchos años de experiencia a sus espaldas; simplemente, el gallo no ha querido mostrar sus considerables espolones.
Feijóo va de otra cosa. Es un político chapado a la antigua; el poder para él es un medio para enderezar la política española, no un fin en sí mismo. A corto plazo la política española ha de enfocarse en la salida de la crisis y la buena administración de los fondos europeos, ahí, la diferencia entre un gobierno del PSOE y uno del PP sería anecdótica, como si dijéramos, las habas están contadas. Donde un gobierno de Feijóo puede hacer la diferencia es en el enderezamiento de la política española; dicha política, y en esto España no está sola, lleva demasiados años torciéndose. Si la economía logró recuperarse de la Gran Recesión (2008-2010) la política nunca lo hizo. La pandemia ha acabado de torcer las cosas y el equilibrismo de Sánchez no da para más.
Sigo creyendo que si Feijóo llega a la Moncloa, y el PSOE se tranquiliza tras la tormenta de los últimos seis años, el PP estará en posición de emprender las reformas pendientes de forma consensuada con la oposición. Para ello es imprescindible una reforma territorial que ponga, negro sobre blanco, el estatus de Cataluña y el País Vasco; una reforma de la ley electoral que elimine la zozobra cada vez que no arroja una mayoría absoluta; una reforma del Poder Judicial y su sistema de elección de los jueces; una reforma del Código Penal para homologar España con la mayoría de países de la Unión. Necesario, también, que el PP «desinfle» la extrema derecha como parece haberlo conseguido el PSOE con la extrema izquierda.
Curiosa la tendencia de los españoles a pensar que su país no está a la altura. Políticamente, EE UU, Reino Unido e Italia, atraviesan una crisis de mayores proporciones; Francia está amenazada por la espada de Damocles de Le Pen, Polonia y Hungría ya han sucumbido a dicha espada y Austria va camino de ello…
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