Europa sigue inacabada
La necesidad de la Unión Europea en este mundo, cada vez más hostil, es imprescindible como expresión de unos valores compartidos
El 12 de junio se conmemoró el 40 Aniversario de la firma, en 1985, de los Tratados de Adhesión de España y Portugal a la ... Comunidad Europea. Parece mentira lo rápido que nos han pasado estas cuatro décadas. Además, no nos solemos dar cuenta de que España ha participado, precisamente, en los momentos decisivos del proceso de construcción europea. De los 73 años desde que entró en vigor el Tratado de la CECA, España ha estado presente en 39, es decir, poco más de la mitad. Mientras que, desde que entró el vigor el Tratado de Roma en 1958, hace 66 años, España ha estado en casi dos tercios de los mismos.
Pero lo importante no es solo que hayamos estado la mayor parte del proceso de construcción europea, sino que hemos jugado papeles clave, tanto en el puesto de mando como en las máquinas. Cuando decimos en las máquinas, me estoy refiriendo a los funcionarios españoles que han servido durante esta etapa, y que se los ha considerado «los alemanes del sur». Hemos participado en las decisiones más importantes de estos cuarenta años, y siempre en la buena dirección, apostando por la profundización europea.
En estas cuatro décadas, especialmente a partir del fin de la Guerra Fría en 1989, se han dado los pasos más importantes en la transformación del proyecto político. En 1992, con la firma y vigencia del Tratado de Maastricht, en donde se va a producir el cambio de naturaleza de la Comunidad Europea, pasando de la naturaleza económica a la política, que dio también luz a la ciudadanía europea. También, en estos 40 años, tuvo lugar la ampliación de la UE de forma cualitativa, ya que se multiplicó por tres el número de socios, pasándose de 9 a 28 Estados miembros (después 27, desde 2020 con la salida Reino Unido), y donde España siempre estuvo a favor, incluso de la última, a pesar de que le perjudicaba en la reducción de los fondos de cohesión.
Se produjeron, asimismo, las grandes transformaciones institucionales, además del Tratado de Maastricht, el de Ámsterdam y el de Niza. Posteriormente, el Tratado de Lisboa. Este último es el que rescata la fallida Constitución Europea, nacida por la Convención Europea del 2002 al 2003, en donde los miembros españoles jugaron un papel destacado pero, al final, no se aprueba la Constitución, debido al rechazo en los referéndums de Francia y Países Bajos. Sin embargo, gracias a los votos españoles, el total de los votos ciudadanos a favor de la Constitución en los países que celebraron referéndum (España, Francia, Países Bajos y Luxemburgo) fue de 26,7 millones, frente a 22,7 en contra. Con ello, y a pesar de que en Francia y en Países Bajos ganó el no, el Tratado gozaba de cierta legitimidad popular. De tal manera, que España tuvo un rol central en la elaboración y la relevancia de la Constitución, así como en su rescate como Tratado de Lisboa, firmado en 2007 y en vigor desde 2009.
También, en relación a la creación de la Unión Económica y Monetaria que puso en circulación el Euro, en aplicación del Tratado de Maastricht, y siendo uno de los primeros once socios fundadores. Por otro lado, España jugó un papel positivo en la puesta en marcha la libre circulación de personas, a través del acuerdo de Schengen, así como el establecimiento de la Política Exterior Común, que evolucionará hacia la Política Común de Seguridad y Defensa. Se puso en marcha el Mercado Interior; se desarrolló la cohesión económica y social, en donde también los españoles fueron clave en la aplicación de esa política que tanto favoreció a España.
Participación española
A veces, no se suele poner de manifiesto que gran parte de estos éxitos del proyecto europeo han sido consecuencia de la participación española. No solo fuimos beneficiarios, sino que fueron, en muchos casos, propuestas de España. Hay que destacar a Enrique Barón, presidente del Parlamento Europeo en el fin de la Guerra Fría y personaje importante en la unificación alemana, que influyó en que Felipe González apostara por la misma, cuando Reino Unido y Francia eran reticentes y decían que les gustaba tanto Alemania que preferían dos en vez de una. Esa posición española es la que permitió después el éxito del apoyo alemán de Helmut Kohl al refuerzo financiero de la UE a los países de menor renta y especialmente a España.
No podemos olvidar tampoco, entre otros, cómo Felipe González fue uno de los artífices de la ciudadanía europea, propuesta por Juan Antonio Yañez. O cómo Javier Elorza fue el indudable responsable del éxito de la cohesión económica y, en gran medida, de la huella de España en las Comunidades Europeas. Es necesario recordar también a Fernando Morán, que fue, junto a Felipe González, quién firmó el Tratado.
Siempre han cumplido eficazmente su cometido los comisarios españoles Marcelino Oreja, Manuel Marín, Abel Matutes, Pedro Solbes, Loyola de Palacio, Joaquín Almunia, Miguel Arias Cañete, Josep Borrell y, actualmente, Teresa Ribera. Hay que destacar también el papel de los tres presidentes del Parlamento Europeo, Enrique Barón, José María Gil-Robles y Josep Borrell, así como del presidente del Tribunal de Justicia, Gil Carlos Rodríguez Iglesias, el Alto Representante para la Política Exterior Javier Solana, y a Nadia Calviño, presidenta actual del Banco Europeo de Inversiones.
Durante estos 40 años, se ha publicado mucho de los beneficios económicos, políticos y sociales que ha tenido para España el ingreso en la Unión Europea. Sin embargo, es menos conocida la aportación que ha tenido España y los españoles al proceso de construcción europea en estos años, que posiblemente son más importantes que los anteriores. Sin embargo, Europa sigue estando inacabada y la presencia y la necesidad de la Unión Europea en este mundo, cada vez más hostil, es imprescindible como expresión de unos valores compartidos, un modelo de sociedad único y una visión del mundo que implica el respeto de los derechos humanos y del derecho internacional.
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