Escuchar a Sami Naïr es conocer la historia de cómo fracasó el sueño de una Unión Europea humanista y es una radiografía del golpe de ... Estado que determinados poderes —no estatales— dieron a finales de los años ochenta del pasado siglo. Duele. Duele constatar que la historia oficial está contada sin contar, que las narrativas vacías de contenido son más poderosas que la constatación de la realidad. Escuchar a Sami Naïr es aprender que lo que no se defiende se pierde, que nada está garantizado, que derechos y libertades no forman parte de unas leyes 'naturales' e inamovibles. Fue refrescante, a pesar de todo, sentir su fuerza, su energía, su convicción en una Europa posible —que no es la actual— a pesar de haber sido testigo en las últimas décadas de demasiadas derrotas. Quizá por eso es tan importante, a renglón seguido, prestar atención a Winston Manrique, a su búsqueda de verdades que expliquen nuestra relación con lo fundamental, a esa tarea de recolector de las pistas que se esconden en los pliegues de la voz de decenas de creadoras, de intelectuales, de narradoras. También, por las mismas razones, el llamado de atención de Beatriz García Guirado sobre las consecuencias de contar la realidad de uno u otro modo parece una luz de claridad en medio de algunos de los túneles oscuros contemporáneos.En realidad, lo que me parece fundamental es escuchar. Dejar de hablar y de generar ruido para prestar atención a algunas de las personas que, como dice Manrique, tienen el poder de «las luces largas». «A veces ven más allá de forma inconsciente, gracias a sus conocimientos y experiencias acumuladas», explica Winston, «pero necesitamos de esa visión de largo alcance».
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