Votar con rabia
Algo hacemos mal cuando no percibimos al Estado como garante de la libertad, sino como un agente asfixiante
Nos asustamos de la deriva que está adquiriendo la sociedad a todos los niveles y en todas las latitudes, pero dudo que tengamos la voluntad ... de frenar la previsible autodestrucción del sistema. Aplicando lo aprendido, culpamos de esta desasosegante situación al 'entrenador' y lo achacamos a la política (los políticos), y listo. Como mucho, nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos vemos gobernados por lideres absolutistas del tipo Trump, Putin, Jinping, Maduro, Milei, etc.
Pero debemos ser conscientes de que a muchos de ellos les ha convertido en lideres la sociedad soberana haciendo uso legítimo de la democracia. Dar el poder a un megalómano en el primer mundo solo se explica si la sociedad está cansada, defraudada, empachada de democracia, en definitiva, acostumbrada y desapegada de los logros conseguidos. La pregunta es: ¿qué persigue en realidad quien vota a un autócrata?
Seguramente la respuesta no sea única, pero todas ellas rezumarán hartazgo y rabia. Tristemente, bajo mi punto de vista, la psicología de masas es una ciencia forense, capaz de explicar lo que ocurrió, pero, a la vista está, incapaz de prever y evitar lo malo que pudiese ocurrir. Y se avecinan tiempos difíciles.
Efectivamente, la historia se repite de forma cíclica, los sistemas sociales, económicos y políticos se van deteriorando con los años; todos los imperios han caído, solo hace falta tiempo.
El mundo vivió una etapa oscura en la primera mitad del siglo pasado, y después del desastre, la tragedia y el horror, la sociedad puso a cero el contador del extremismo, se priorizó lo importante y han venido 80 años de reconstrucción y sensatez.
Con el paso de los años, a medida que recuperábamos el bienestar y perdíamos la memoria, se comenzó a olvidar la necesidad, la colaboración, el compromiso, el sacrificio y el esfuerzo. En los últimos años hemos ido más allá, hemos pasado de aquella sociedad cómoda y silente de finales del siglo pasado ('pasota' en términos que los boomers comprendemos), a una sociedad crispada, donde los haters (esto sí lo entienden mis hijos), histriones y agitadores triunfan.
Pero ese triunfo no es su mérito. Aparecen como parásitos en un caldo de cultivo social concreto y conocido. Y ya sabemos cómo acaba esta historia.
Alguno podría pensar que en Europa y en la época de las comunicaciones y bajo el paraguas de la Unión Europea esto no ocurrirá. Pues ocurrirá, triunfarán los extremismos aupados por un sistema social envejecido y crispado, un sistema político decadente, un medio global de comunicación libre y transparente, sin filtros, donde el bulo sale gratis. Y sí, también nos cargaremos la Unión Europea porque nos lo estamos ganando a pulso.
La gente de a pie tiene un límite de aguante que nadie parece querer ver y cada día se suma más fuego a la olla a presión. Voy a ir a lo anecdótico para no hablar de las cosas del comer, del vivir, del tributar, del sanar o del trabajar y evito así herir susceptibilidades políticas. Pueden parecer euroanécdotas, pero un día te levantas y tienes que matricular a las tres gallinas de tu abuelo, otro tienes que identificarte para tirar la basura, otro dejas de poder entrar en las ciudades porque no tienes dinero para comprarte un coche eléctrico, otro día tienes que sacar un seguro a tu bicicleta, o llevar obligatoriamente guantes en motocicleta aunque vayas a la playa, otro día tienes que informar al estado de lo que pescas con tu caña, aunque no pesques nada.
No creo que a nadie le ofenda sentir la presencia del 'estado' y su red de seguridad, pero con tanta sobrerregulación en lo cotidiano tengo la sensación de que me toman por tonto, por incapaz de proteger mi vida o la de mis hijos.
Solo por miedo se cede la libertad, es el principio de los totalitarismos; pues esta vez no será por el miedo. Paradójicamente podríamos poner nuestra libertad en manos de los megalómanos buscando sacudirnos la asfixiante percepción de falta de libertad. En efecto, algo ocurre cuando a nivel global los totalitaristas agitan la bandera de la libertad como enseña. Y algo hacemos mal cuando no percibimos al estado como el garante de la misma, sino como un agente asfixiante. Y de eso se valdrán.
La única solución para frenar el proceso pasaría por ser firme activista de la moderación y la sensatez, el sentido común y el esfuerzo, la comprensión y la solidaridad, la confianza y el dialogo, pero con este discurso no se si hoy en día se llega muy lejos. Y desde las instituciones, que no nos traten como tontos o votaremos como tales.
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