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Una habitación con vistas, con dos tiestos que gobiernen en cada lado del marco de la contraventana del balcón, la dirección a la que admirar ... la puesta de sol frente al mar. Idílico sería pasar una cuarentena así. De hecho, así cualquiera. Así todos podemos. Porque unos días de desconexión digital, social e incluso medioambiental que ayude a calmar las mareas internas, no nos vendría nada mal a ninguno. Y, sobre todo, si eres asintomático o tus dolencias son tan leves que te veas habilitado a poder hacer tu día a día. Pero ¡ojo!, siempre entre cuatro paredes.
Porque incluso en «una habitación con vistas», no dejas de tener que estar ahí dentro en soledad. Porque sí. Nos ha tocado vivir una pandemia en la que, si tienes el bicho dentro, eres la persona más apestada y señalada de tus amistades. Parece que, de repente, se nublaron los días de cañas, risas y abrazos.
Resulta gracioso, porque en esa alcoba de ensueño, puedes tener la librería más gigantesca del mundo, puedes recibir la comida más deliciosa de la ciudad -merece la pena si conservas los sentidos-, puedes hacer (video) llamadas, pero..., da igual; desde el principio hasta el final del día estás única y exclusivamente «cumpliendo condena».
¿Os ha pasado que habéis desarrollado un sentimiento de culpabilidad por estar contagiados? A ver, que no es ni por mi olfato ni por mí misma, sino por cómo el entorno te hace sentir. Igual no me he enterado de que tengo un círculo de gérmenes que cohabitan continuamente conmigo y que salen por los poros de mi piel como si fueran piojos en búsqueda de una melena a la que agarrarse... ¡Basta ya!
Entiendo el miedo, pero no soporto la histeria. Lo que verdaderamente me irrita es la falta de respeto que se crea alrededor de las personas que se encuentran enfermas y confinadas. Es un respeto absolutamente descodificado. Evidentemente no sé ni cómo me he contagiado ni a través de quién. Aunque llevo poco tiempo en mi habitación encerrada, ya tengo un listado de los planes que me apetecen hacer cuando salga. Porque aquí no hay besos, ni abrazos, ni siquiera se permite tener debilidad mental ya que caes en el error de ser una exagerada; pero es que la soledad y la falta de libertad es asquerosamente jodida. Y yo soy joven, afortunada de estar relativamente sana y poder teletrabajar, entretenerme con internet o un buen libro. Pese a todo, las vistas de hoy son las que yo elijo tener cuando cierro los ojos y me transpongo a los atardeceres de la tierruca de este verano. Solo pienso en los que estáis ingresados. Vosotros sí que necesitáis, y os merecéis «una habitación con vistas».
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