Sonidos
El fin de las vacaciones y la vuelta a las actividades habituales cuesta, pero visto desde otra perspectiva trae también cierto alivio: se deja atrás la 'incertidumbre' del día a día ocioso
LLa temida 'rentrée', llega cada septiembre con su mezcla de nostalgia y ansiedad. El fin de las vacaciones y la vuelta a las actividades habituales ... cuesta, pero, visto desde otra perspectiva trae también cierto alivio: se dejar atrás la 'incertidumbre' del día a día ocioso, el estrés de atender múltiples compromisos y las actividades autoimpuestas que crecen con cada verano. Una rutina que nos cuesta, pero que nos ordena.
Nada como la calma que proporcionan los sonidos acostumbrados, esos que se repiten cada mañana cuando recuperamos los horarios fijos de la vuelta al trabajo: el armario que cruje al abrirse, el tintineo de la taza de café, o el gorgoteo de la cafetera. Pequeños ritos repetidos día tras día a idéntica hora, el murmullo de hábito, que acaba por sonar como música tranquilizadora.
Música con mayúsculas es, sin duda, la de Johann Sebastian Bach. Este año se conmemoran los 275 años de su muerte y el Festival Internacional de Santander, que en cada periodo estival acoge un deslumbrante programa, ha querido rendirle homenaje con varios conciertos. Asistir al trío de Percussions de Strasbourg, en el nuevo escenario habilitado del edificio de Sáenz de Oiza –una terraza al aire libre– donde el sonido potente y cálido de las baquetas percutiendo sobre las marimbas, competía con los graznidos de las gaviotas revoloteando por la bahía, se convirtió en un espectáculo para los sentidos. Bach nos reconforta, pues, como dice el violinista Shunske Sato, «es verdad y genuino; humano y divino al mismo tiempo, capaz de atrapar al oyente en su juego de movimientos y variaciones». Algo parecido logró otro virtuoso, Leónidas Kavakos, que transformó, esta vez el auditorio, en una cámara de resonancia que vibraba con cada nota. Fascinó el sonido profundo, sutil y expresivo de su violín.
Es lo que tiene el verano: abre la puerta a lo excepcional y nos permite asistir a lo azaroso de los sonidos inesperados. Y quizás lo que más echamos en falta al volver a la rutina, sea esa sorpresa, el descubrimiento que rompe con lo conocido y amplia la emoción del aprendizaje.
Pero no solo en vacaciones aparecen sonidos nuevos. Volver a la casa familiar puede traernos ecos del pasado. El crítico de arte John Berger, recordaba cómo el simple chasquido de unos puerros al cortarse lo llevaba de vuelta a la cocina de su madre. Yo también lo siento cuando oigo el cuchillo atravesar las fibras de la verdura: me devuelve su memoria.
Hay, sin embargo, un sonido universal: la voz humana. Quien haya tenido la desdicha de perder la suya sabe que sin ella se apaga algo esencial de nosotros mismos. La voz, más que un instrumento, es nuestra identidad misma, pues con ella proyectamos lo fundamental de nuestro ser: la posibilidad de entablar relación con el otro ya sea para comunicarnos de forma informal, como para compartir juiciosos pensamientos o expresar todo tipo de sentimientos. Lidia García, reputada logopeda, lo resume bien: «La voz es el sonido de la totalidad del ser, la manifestación sonora de un ser único, con derecho a ser y estar». «La voz es la banda sonora de nuestra vida, nos acompaña desde la aparición del título de la película hasta los créditos finales. Por eso es tan importante, ya que nos acompaña en el recorrido más largo y en cualquier contexto social y relacional, y dice de nosotros tanto como nuestra propia imagen».
Y pienso entonces en la tribu Himba, de Namibia, que da a cada recién nacido un regalo único: una canción propia, su canción, que lo acompaña siempre y que se vuelve a cantar el día de su despedida. Pocas cosas más hermosas que eso: nacer y morir al compás de un sonido.
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