La inmediatez
Todo tiene la cara oculta de la superficialidad, de no profundizar en lo que hacemos
Todo tiene que estar listo para antes de ayer. No hay tiempo que perder. En nuestro día a día queremos que todo sea 'on time', ... es decir, al momento. Las reglas, no escritas, dicen que si recibimos un correo electrónico debemos contestar o dar acuse de recibo en las 24 horas posteriores; un WhatsApp, lo correcto es leerlo casi al momento y contestar en unos pocos minutos, como mucho en un par de horas; una llamada de teléfono debemos atenderla al momento y, si no podemos, devolverla a los pocos minutos. Las tareas en el entorno laboral han de ser resueltas en 24/ 48 horas, sobre todo cuando hay otras personas pendientes de nosotros. Las redes sociales arden de actualidad con vigor y muestran lo mejor y lo peor de cada cual con una rapidez nunca vista antes. Un tuit incendiario de algún personaje público suscita miles, millones de reacciones en pocos instantes. Todos estamos estrechamente interconectados. Los periódicos en internet actualizan sus ediciones cada pocas horas, o incluso minutos si hay noticias que deben ser publicadas con ríos de ceros y unos a la velocidad de la luz, para tratar de ser los primeros en informar sobre determinada primicia. Las bolsas reaccionan con todo su poderío económico, en pocos minutos, cuando hay una noticia relevante que pueda afectar a la seguridad económica internacional. En ese mismo sentido una OPA empresarial hace que el valor de la empresa 'opada' varíe con rapidez al alza o a la baja según las expectativas creadas previamente. Otro ejemplo de inmediatez es la puesta a la venta de unas entradas para un concierto o para un espectáculo deportivo; en poco más de dos horas se venden miles de esas entradas copadas por los más rápidos.
Actualmente trabajamos muchas horas y ansiamos con intensidad inusitada la llegada del fin de semana y, en él, queremos hacer todo en el plazo más rápido posible y hay muchos actos, incluso el que ahora está pensando, en que el tiempo nos apremia para disfrutar de conseguirlo todo a velocidad de AVE. Por cierto, tras 30 años de Alta Velocidad Española, hay que reconocer que nos hemos impregnado de celeridad, compensando las reducciones, limitaciones y prohibiciones de los desplazamientos en coche, con círculos rojos con números cada vez más pequeños, y no precisamente de tamaño.
Con este panorama yo creo que, a este paso, Dios debe estar construyendo una autopista espiritual virtual para que nuestra llegada a los cielos sea lo más inmediata posible, sin escalas purgatoriales. Queremos vivir más, más rápido, con más intensidad, haciendo más cosas... Todo ello tiene la cara oculta de la superficialidad, de no profundizar con suficiente intensidad en aquello que hacemos, sentimos o experimentamos, dejados de la mano de la ansiosa prisa.
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