Mis abuelos y la guerra
Jamás nadie les preguntó ni les ofrecieron alternativa alguna. Hicieron la guerra, como otros muchos jóvenes, porque el conflicto estalló y alguien les ordenó acudir ... al frente. De repente, su vida se paró y nada volvió a ser igual. Mis dos abuelos, como miles de su generación, se vieron envueltos en una espiral de odio y sangre en la que sobrevivir era lo único importante.
A uno la Guerra Civil le pilló en territorio nacional. El otro tuvo que empuñar las armas para defender a la República. En contadas ocasiones hablaban de lo sucedido, al menos, delante de mí. Pero sí recuerdo con nitidez el respeto, casi reverencial, que se profesaban; la empatía que irradiaban y la mueca forzada cuando rememoraban el frío que soportaron en la Batalla de Teruel. Cada vez que se encontraban en una reunión familiar, lo primero que hacían era fundirse en un abrazo y sentarse al lado del otro. Por supuesto, cada uno tenía sus propios ideales y afinidades políticas. Conservador y profundamente católico uno. Progresista y liberal hasta el tuétano el otro. Se admiraban tanto, que jamás permitieron que nada rompiera aquella relación.
Ellos cerraron de manera ejemplar aquel traumático capítulo de sus vidas. Sin embargo, eso no significa que debamos dejar de recordar lo que pasó. Que mis dos abuelos se perdonasen no es un argumento como para que los libros de Historia no aborden con naturalidad y máximo rigor no solo lo acaecido durante aquellos tres años de guerra, sino la terrible represión que ejerció el bando vencedor sobre los vencidos.
Berlín es una capital europea plagada de recuerdos al Holocausto y a los errores de su pasado. Mientras en España no afrontemos con una madurez similar el dolor, jamás seremos capaces de cerrar ese capítulo de nuestro pasado. Que ni siquiera el oportunismo político ciegue a unos y el complejo de culpa a otros. La Magdalena fue un campo de concentración –que no de exterminio– de prisioneros. Una cárcel grande, vaya. No pasa nada por recordarlo. Necesitamos desde hace décadas una Ley de Memoria Democrática confeccionada con precisión y bien ejecutada. Y esa es labor de todos. Se lo debemos a toda aquella ejemplar generación de abuelos como los míos.
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