Bienvenido al sufringuismo
Lo peor de tener una memoria aceptable es que enseguida se cobra conciencia del paso de los años. Es como si la explosión dialéctica que ... provoca un asunto, con su inherente polémica, se quedara prendida en nuestro subconsciente y resucitara de vez en cuando.
Piensen, por ejemplo, que ha pasado más de un cuarto de siglo desde que Santiago Díaz presentó el polémico centro de ocio de El Sardinero, al que ligó su presencia en el Consejo de Administración del Racing y la propia supervivencia económica del club. Señalado por las sospechas de la especulación y con su dinero a salvo gracias al Gobierno de Cantabria, cogió la puerta diciendo algo así como: «Vosotros veréis, pero sin centro de ocio el Racing nunca será viable». Desde entonces, no ha habido dueño del equipo que no haya resucitado, de una u otra forma, el proyecto en algún momento.
Ante la negativa del Ayuntamiento de Santander, Manuel Huerta estudió después el traslado a la zona entre Monte y Bezana, justo a donde se dirigía la expansión de Santander en el fallido Plan General de 2012. Francisco Pernía, en pleno frenesí europeo y con el estadio a rebosar gracias al milagro de Marcelino, planteó la ampliación del aforo y la construcción de un hotel con galería comercial. Alfredo Pérez nos refrescó la memoria con una reforma integral del campo y, ahora, Sebastián Ceria, quizás con cierta precipitación –sin ni tan siquiera haber hecho una presentación formal–, vuelve a la carga con lo que el equipo y la propia ciudad necesitan en aquella zona.
Es cierto que El Sardinero carece de aliciente durante los meses de invierno. Tanto, como que en Cantabria las instituciones públicas no pueden permitirse poner encima de la mesa los 112 millones que pagaron por el nuevo San Mamés o los casi 52 que el Gobierno de Aragón dispondrá para la nueva Romareda, a los que hay que sumar otros 40 del Ayuntamiento de Zaragoza entre aportación de suelos y financiación. El Racing necesita adecentar el estadio y tener instalaciones del siglo XXI. La clave, como siempre, es quién va a pagarlo. Sebastián, bienvenido al sufringuismo.
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