Un Plan de Salud para Cantabria
La región necesita traducir su proyecto sanitario en compromisos reales
El Gobierno de Cantabria ha hecho público recientemente el Plan de Salud de Cantabria 2025–2029, que apuesta por orientar nuestro sistema sanitario hacia un ... modelo más preventivo que curativo, más anticipatorio que reactivo. Un modelo más próximo a las personas y mejor conectado con los desafíos reales del siglo XXI: el envejecimiento de la población, la revolución digital, la salud mental, la equidad territorial y el papel activo del ciudadano en el cuidado de su salud. El documento es fruto del esfuerzo colectivo de muchos profesionales y está alineado con las mejores estrategias de salud pública del entorno europeo. Pero, como bien señala el propio texto, su eficacia dependerá de su capacidad para bajar «del plano estratégico al operativo». Es decir, de transformar sus ideas en decisiones tangibles: circuitos asistenciales claros, recursos humanos y materiales suficientes, calendarios definidos y financiación adecuada.
Como médico dedicado a las enfermedades digestivas, reconozco que mi mirada puede detenerse con más precisión e intensidad en algunas patologías que conozco de cerca. Pero les propongo no una lista parcial, sino un ejemplo de cómo podríamos —y debiéramos— empezar a aterrizar el Plan de Salud. Presento tres ejemplos con enorme carga poblacional y elevado impacto social: un tumor, una infección transmisible y una enfermedad no transmisible. A ellos añado dos dimensiones transversales clave: el potencial de la Cohorte Cantabria y el acceso a terapias innovadoras. Son solo ejemplos, pero ilustran bien lo que está en juego si no somos capaces de transformar el plan en compromisos reales.
El cribado del cáncer colorrectal es un caso paradigmático. Hace apenas unos meses se reactivó en Cantabria un programa que llevaba suspendido más de cuatro años, pese a ser una de las herramientas más eficaces para reducir la mortalidad por cáncer en población general. Un programa que, sencillamente, nunca debió interrumpirse. El plan establece como meta alcanzar una cobertura del 70% de la población, un objetivo tan loable como irreal en las condiciones actuales. No hay financiación finalista –presupuesto específico–, no existe un espacio físico adecuado y la capacidad operativa es muy limitada. La unidad de endoscopias del Hospital Valdecilla arrastra un retraso cercano a los quince años. Su proyecto, concebido hace más de una década, ha quedado ampliamente superado por los avances técnicos y por las necesidades crecientes de la población. Si aspiramos a que el cribado funcione, no bastan los objetivos sobre el papel: necesitamos decisiones ejecutivas. Es imprescindible dotar al programa de recursos específicos que garanticen su despliegue con equidad territorial –hoy sostenido, en buena parte, por el esfuerzo voluntarista de los profesionales– y, sobre todo, poner en marcha de forma inmediata una nueva unidad de endoscopias, moderna, funcional y con la capacidad suficiente para responder a la demanda actual y futura. No se trata de una propuesta idealista: hablamos del tumor maligno más frecuente, cuya detección precoz puede reducir la mortalidad en hasta un 30 %. Y conviene ser claros: en salud, y especialmente en medicina preventiva altamente costo-efectiva, no se gasta, se invierte. Esa inversión no solo salva vidas: también se recupera en términos económicos directos, evitando tratamientos más costosos, bajas laborales, discapacidad y pérdida de productividad.
Un fenómeno similar se observa en relación con las hepatitis virales. Cantabria es referente mundial en la eliminación de la hepatitis C. Pero ese liderazgo se está diluyendo. Se han interrumpido programas eficaces, como el cribado en urgencias, y no se han desplegado otros igualmente necesarios, como el cribado oportunista en atención primaria, a pesar de que está recogido en las dos estrategias de salud aprobadas por nuestra comunidad en 2019 y 2023. Sorprende —y preocupa— que el Plan no mencione ni una sola vez estas enfermedades. La Organización Mundial de la Salud ha fijado como meta eliminar el 90 % de los nuevos casos y reducir en un 65 % la mortalidad por hepatitis B y C antes de 2030. Tenemos el conocimiento, la experiencia y las herramientas para reactivar un modelo de microeliminación eficaz y trazable. Solo falta volver a creer en su viabilidad y actuar en consecuencia.
Igualmente llamativa resulta la ausencia de referencias a la salud hepática en el Plan. La enfermedad hepática metabólica afecta a una de cada cuatro personas adultas en nuestro país; la dimensión de la epidemia de esta enfermedad y su frecuente asociación con enfermedades cardiovasculares y renales, obesidad, diabetes tipo 2 y algunos tipos de cáncer, constituye un tremendo desafío que aumentará aún más los costes de la atención médica. La combinación de obesidad, consumo de alcohol y hepatitis vírica genera una carga creciente de cirrosis y cáncer hepático, y constituye una de las causas más frecuentes de morbimortalidad en adultos en edad laboral. Sin embargo, seguimos actuando tarde, cuando ya no hay vuelta atrás. Es imprescindible incorporar la salud hepática a los sistemas de vigilancia, incluir su cribado y manejo como parte integral del abordaje de enfermedades no transmisibles como la diabetes tipo 2, la obesidad o el síndrome metabólico, incluso en ausencia de síntomas o alteraciones analíticas. Necesitamos rutas clínicas definidas y unidades de hepatología reconocidas, capaces de ofrecer una atención especializada y de calidad.
También merece una reflexión la Cohorte Cantabria. Con más de 47.000 participantes, es uno de los proyectos científicos más prometedores de nuestra comunidad. Pero su potencial sigue infrautilizado. La financiación actual es totalmente insuficiente para sostener una plataforma de excelencia; los datos apenas se explotan, y los inexplicables retrasos en la incorporación de nueva información clínica y biológica (genética, metabolómica, etc.) limitan su valor estratégico. Más allá de su función investigadora, esta cohorte debiera constituirse en el eje vertebrador de un verdadero observatorio de salud pública en tiempo real. Integrar historia clínica, farmacia y determinantes sociales y –por qué no– crear una cohorte neonatal que amplíe el cribado de enfermedades congénitas sería un salto cualitativo extraordinario. Este instrumento, además, debe contribuir a reducir desigualdades: se necesitan políticas activas que favorezcan la participación de las poblaciones vulnerables. Pero estos objetivos –y otros que no caben en estas líneas– no se alcanzan sin inversión, sin personal altamente cualificado y sin una visión institucional que sea clara y sostenida.
Por último, resulta urgente un plan que garantice el acceso equitativo y ágil a los medicamentos innovadores. Hoy, el tiempo que transcurre entre la aprobación de un fármaco por parte de las agencias reguladoras y su disponibilidad real en la sanidad pública supera los 500 días de media y, en muchos casos, sobrepasa los dos años. Para enfermedades crónicas como la diabetes, la obesidad o la enfermedad hepática metabólica, este retraso puede significar un daño clínico irreversible. La innovación no puede quedar atrapada en trámites interminables: forma parte del derecho efectivo a una atención sanitaria de calidad. Y hay ejemplos contundentes: medicamentos que reducen significativamente el peso, mejoran el control glucémico y disminuyen complicaciones cardiovasculares y renales siguen sin estar financiados, pese a su eficacia contrastada. Los primeros beneficiarios de esta inversión en salud serían, precisamente, las poblaciones más vulnerables.
El Plan de Salud de Cantabria 2025–2029 ofrece una arquitectura estratégica bien orientada. Pero solo será útil si se traduce en ejecuciones concretas. La eficacia de la política sanitaria expuesta dependerá de su capacidad para transformar esta hoja de ruta en programas reales, con presupuesto asignado, cronograma definido y metas medibles. No se trata solo de planificar bien: se trata de implementar mejor. Ese paso, imprescindible, marcará la diferencia entre un plan inspirador y una mejora tangible de la salud y la equidad en nuestra comunidad. Y para lograrlo se necesita un acuerdo con mirada larga, sin influencia electoral. Deseamos confiar en que quienes lideran nuestra sanidad sabrán convertir el impulso estratégico del Plan en decisiones operativas concretas, capaces de generar mejoras reales en los resultados en salud, reducir desigualdades y preparar a Cantabria para afrontar con solidez los retos sanitarios presentes y futuros. Dadnos razones para confiar.
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