Black friday
Ha hecho falta que llegase el black friday para que de repente me diera cuenta de todas las cosas que no tenía. Empezando por un ... ropero en condiciones, que últimamente parezco un personaje de comedia romántica cada vez que lo abro y pienso: «¡Oh, no, por favor! ¡Si no tengo nada que ponerme!». La cosa no sería tan grave si no fuera porque lo que necesito de verdad no es el vestuario, sino un vestidor, porque las prendas ya no me caben en el armario.
Pero entre los cambios de talla y los vaivenes de la moda, al final uno está siempre en plan trotskista, esto es, en revolución permanente. Menos mal que han inventado estas mini rebajas de otoño, que para los españolitos del montón como yo son un caramelo al que es muy difícil renunciar.
Así que, aprovechando los descuentos -quién sabe cuántos serían ficticios- y las promesas de mejoras salariales, yo también me sumé a la vorágine, y este fin de semana cayeron unas cuantas cosas, desde ropa cara hasta tecnología todavía más cara, pasando por perfumes, discos, libros y hasta algún bono hotelero. O sea, cosas que me apetecían mucho, pero que no necesitaba en absoluto.
Vamos, que a punto estuve de comprarme un vuelo a Myanmar, y eso que ni puñetera idea de dónde estará. Menos mal que a última hora se rindió la tarjeta de crédito, que si no allí acababa… ¡y sin billete de vuelta!
Total que ahora, completamente arrepentido del derroche, en realidad estoy esperando a que den las doce y empiece el cyber monday, donde me gastaré lo poco que me quedaba. Y después a recuperarse, que enero ya está a la vuelta de la esquina. Desde luego, con tantas rebajas, acaba uno completamente arruinado.
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