Cambiar el mundo
Esta semana tuve la buena fortuna de poder conversar con el pensador franco-argelino Sami Naïr, de visita en Santander para participar en Felisa, la ... feria del libro. Además de la actualidad, conversamos sobre el pasado, en especial acerca de uno de mis temas preferidos, mayo del 68, y cómo el verano del amor terminó en la primavera de la revolución. «La primera revolución pospolítica», dice Naïr, que por entonces era ya un joven filósofo que asistió en primera fila a todo el movimiento de los contestatarios. Revolucionarios que no pedían el poder político, sino, simplemente «cambiar la vida».
Yo pertenezco a una generación que pasó por completo de cualquier compromiso, que decidimos no implicarnos en aquellos rollos de hippies y progres… y así nos ha lucido el pelo. De aquellos barros, estos tiempos neoliberales. Pero cuando hablábamos de si alguna vez la gente volvería a querer cambiar el mundo, y no solamente su cuenta corriente, Naïr me sorprendió con un inesperado optimismo: el deseo de cambio, de progreso, es inherente al ser humano. Eso, y no el lenguaje, es lo que nos diferencia de los animales, me dijo. Y añadió más: que los movimientos sociales son una cuestión generacional: «Nosotros hemos perdido la guerra, pero los que vienen por detrás seguro que van a volver a intentarlo».
Más allá de la esperanza, no está tan claro que aquella generación perdiera su guerra. Costó mucho y llevó décadas, pero su revolución antiautoritaria, contracultural, juvenil y feminista sí que cambió el mundo. Moldeó nuestra sociedad actual, que a pesar de los problemas económico y políticos tiene otra sensibilidad, más humana, hacia las minorías y los desfavorecidos. No se entiende el hoy sin esos revolucionarios porque, como cantaba John Lennon, si quieres cambiar el mundo, empieza contigo mismo.
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