Guantazos
Sensación más que extraña la que te queda en el cuerpo al leer la noticia del padre granadino condenado por abofetear a su hijo de ... ocho años. Lo de menos son los seis meses de cárcel –que casi seguro que no pisará–, sino los dos años de alejamiento que le han caído, y que probablemente se conviertan en toda una vida, porque esa relación entre padre e hijo ya se puede dar por perdida.
Será porque lo mira uno desde la barrera, pero se antoja un castigo demasiado cruel para «un guantazo» –eso decía el periódico– y un zarandeo. Pero claro, es peligroso relativizarlo, porque en el siglo pasado era algo de lo más cotidiano: el 'correctivo' paterno en forma de sopapo. O zapatillazo en el culo, que solía ser la versión materna en una época en que los roles de género sí que estaban muy marcados. Sin embargo, por los años de la transición, aquello era ya la anécdota. Un eco remoto de anteriores generaciones, educadas con 'mano dura'. Basta con remontarse a principios del XX, que no está tan lejos, y en obras de Pereda como 'El primer sombrero' podemos ver a esos niños y jóvenes a los que pegaban en casa, en el colegio y en la calle, y no necesariamente por ese orden. Claro que luego ellos, para divertirse, hacían guerras a pedradas entre barrios, las 'hurrias'.
Que ahora los niños sean intocables es, simplemente, un progreso como sociedad. Otra cosa es cómo educarles, porque el célebre relato de 1980 de Manuel Vicent 'No pongas tus sucias manos sobre Mozart' –ojo, 'spoiler': un padre de izquierdas llega al culmen de su paciencia y suelta un soplamocos a su hijo malcriado– hoy día sería impublicable. Y quién sabe si hasta punible.
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