El dios Trump
Si consigue ponerse de acuerdo con Putin como lo ha hecho con Netanyahu, estaría demostrando que es el Júpiter Tronante que presidía el Olimpo romano
Tenemos la prueba de que Trump es un dios, tiene tanto poder que es capaz de escribir derecho con renglones torcidos. Una ilusión óptica, más ... vale que Santa Lucía nos conserve la vista porque hay cierta miopía que no se corrige con lentes graduadas. Estamos ante una de las grandes paradojas de la condición humana, una de esas realidades que el cristianismo incorrupto ha intentado rectificar con dudoso éxito desde hace 2000 años. Algo que los mejores teólogos no dudan en calificar de «escándalo del cristianismo»: ir contra natura, conseguir que los humanos renuncien a su egoísmo y sus rudas maneras y practiquen el amor al prójimo. El hecho es que, hasta hoy, los poderosos terminan siempre llevando el gato al agua.
Trump, por supuesto, es un dios pagano como Xi Jinping, Putin y Narendra Modi, junto con otros dioses menores como Benjamin Netanyahu y Víctor Orbán, o aspirantes a serlo como Sánchez. Si Trump consigue ponerse de acuerdo con Putin en el asunto de Ucrania, como ha hecho con Netanyahu en el asunto de Gaza, estaría demostrando que, hoy, es el Júpiter Tronante que antaño presidía el Olimpo romano. Solo Xi y Modi parecen resistirse; pero solo Xi tiene la capacidad de hablar con Trump de tú a tú. Mas, ¿qué es lo que están logrando entre todos ellos?
A juicio de los expertos están recreando el mundo del siglo XIX, los equilibrios de poder entre grandes potencias que se repartían el mundo, dividiéndolo en «áreas de influencia» donde regía sin disimulos la ley del más fuerte. Aquello terminó con dos guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX. El sistema que vino a sustituirlo a partir de 1945 fue un orden mundial basado en leyes internacionales –escritas y no escritas– donde la democracia liberal campaba por sus respetos. Este orden apenas ha resistido medio siglo, hoy hemos vuelto a las andadas.
En la milenaria competencia del cristianismo con el paganismo, el cristianismo cosechó grandes victorias y sufrió resonantes fracasos. Pero a partir del siglo XIX, el racionalismo pagano ha conseguido imponerse; manda Platón –el dios de los filósofos– no el Nuevo Testamento –el Dios de la fe–. El dios de los filósofos establece la primacía de la razón, el Dios cristiano la primacía del amor. La primacía de la razón concibe el ser humano como producto de un orden cósmico (matemático), una simplificación racionalista. La primacía de la fe se basa en el hecho de que el humano, al adquirir autonomía, llega a lo que se llama ser libre, amén de ser creador, y de ahí pasa a redefinir el amor como el terreno fértil donde florece la libertad de convivir los unos con los otros en lugar de hacerse la guerra.
El problema no resuelto por el cristianismo es que en ese fértil suelo también florece el mal y es condición humana combatir el mal con sus mismas armas. Lo cual nos planta de cabeza en la situación actual y, a su vez, me trae a la memoria aquella preciosa máxima, «He vivido tanto tiempo entre los ruines que me he convertido en uno de ellos» (Chejov y Canetti).
Joseph Ratzinger, el teólogo, da cuenta de ello: La compresibilidad del mundo escapa a nuestra capacidad. Si el supremo punto sobre el diseño de nuestro mundo es la libertad de ejercer nuestra voluntad, ello significa que la implícita condición de «incalculable» forma parte de él. Pero al definir el mundo mediante esa libertad estructural se asocia involuntariamente al sombrío misterio de lo demónico que emerge de sus entrañas. El cristianismo acepta el riesgo de las tinieblas por disfrutar el luminoso bien de la libertad y el amor.
Ratzinger envuelve esa gran paradoja con el tupido velo del misterio; pero uno piensa que es la miopía antropológica de los humanos lo que nos impide prever las consecuencias «impredecibles». Ello es motivo de que vivimos en permanente incertidumbre. Ratzinger busca la certeza que nos falta en la fe cristiana; pero reconoce el alemán que las dudas le siguen acosando.
Y hemos vuelto a las andadas… Todo lo que ha conseguido el dios Trump en el conflicto palestino-israelí ha sido un simbólico alto el fuego con intercambio de prisioneros. Lo que queda por hacer: conseguir que el gobierno israelí de extrema derecha se comprometa a respetar un gobierno de tecnócratas palestinos (un oxímoron) en Gaza, con tropas extranjeras encargadas de estabilizar la situación, además de permitir que la autoridad Palestina sea en última instancia la que gobierne Gaza, con un potencial Estado palestino; en cuanto a Hamas, que acepte no formar parte de un futuro gobierno en Gaza y que entregue todo su armamento, algo equivalente a una rendición militar sin condiciones. Eso que queda por hacer tiene más probabilidades de fracasar, y de que se reanuden las hostilidades, que de alcanzar un armisticio como Dios manda. Dios los coja confesados.
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