La interdependencia económica
Para que EEUU sea capaz de mantener su supremacía está contraindicado el anárquico desmembramiento de las actuales estructuras burocráticas
Se viene comentado que la interdependencia económica –mecanismo clave de la globalización– ha sido convertida por las grandes potencias en arma arrojadiza, en su actual ... lucha por dominar el escenario internacional. Acabo de leer un ensayo de dos arquitectos de las políticas de seguridad americanas durante la denominada 'Era nuclear' (1950-1990) que lo confirman. Sostienen que el arma que está jugando hoy el mismo papel que jugó el arma nuclear en la primera Guerra Fría, es la interdependencia económica. Bienvenidos a la nueva 'Era'.
En las primeras décadas de la 'Era nuclear' los arquitectos de la política internacional americana hicieron frente a una enorme incertidumbre respecto a la tarea de construir y sostener un nuevo orden mundial que preservara el equilibrio y la paz internacional. Ello requirió la combinación de un gran poder coercitivo, y la implantación de valores liberales (democráticos), para que fueran de la mano durante dicho periodo. El principal problema fue/es que armonizar las exigencias de la seguridad nacional y de la política económica presenta dificultades extremadamente agudas. Imposible de controlar de forma unilateral cuando se habla de cadenas de distribución multinacionales, libre flujo financiero entre países, y la emergencia de nuevas tecnologías.
En la primera Guerra Fría las doctrinas nucleares se centraron en la predicción de las posibles respuestas de un único adversario –la URSS–; pero en la nueva Era, donde lo que está en juego es la interdependencia económica, el número de contrincantes ha aumentado muy significativamente: EEUU, China, Rusia, India, UE, Brasil, Indonesia, Sudáfrica… El gobierno ha de navegar simultáneamente por todas estas aguas, imaginando la forma de redirigir las susodichas cadenas de distribución privadas en direcciones que no les perjudiquen, mientras anticipan las posibles respuestas de la multitud de actores –gubernamentales y no gubernamentales– implicados en este juego.
En la primera Guerra Fría la fundamental preocupación de EEUU y la URSS fue que el arma atómica estuviera en muy pocas manos, y estas fueran controlables. Ahora, EEUU ya no goza del privilegio de ser el único capaz de explotar los puntos vulnerables de sus competidores; por el contrario, se reconoce a sí mismo como profundamente vulnerable. A destacar la dependencia de las tierras raras, que China procesa en un 90%, y la dependencia de las baterías chinas; ambas incapacitantes de la industria americana del automóvil. Por no hablar del desarrollo de energías alternativas que amenazan su oligopolio de petroleras, gasísticas y del carbón. Y estas no son las únicas, los BRIC están desarrollando sistemas de pago que los liberen de la dependencia del dólar; lo cual pone en peligro una ventaja competitiva exclusiva de la industria financiera y de servicios de Estados Unidos. Otro tanto puede decirse de la producción de semiconductores y la inteligencia artificial. En definitiva, el tupido tejido de la economía global está destejiéndose ante nuestros ojos, para volver a tejerse de acuerdo con una nueva lógica basada más en la dupla ofensiva-defensa que en la comunidad de intereses comerciales entre las distintas potencias.
Para que Estados Unidos sea capaz de mantener su supremacía en la 'Era de la interdependencia económica', está contraindicado el anárquico desmembramiento de las actuales estructuras burocráticas, al que se dedica con ahínco un gobierno alérgico a la intervención de expertos cualesquiera. Más que partir de cero se requiere fortalecer las actuales instituciones, aumentar exponencialmente la profunda experiencia que ya tienen, para entender la enorme complejidad de un mundo en el que sus adversarios tienen muchas bazas ganadoras.
Este gobierno centra toda su actividad en maximizar la eficacia de las armas que tienen al alcance de la mano, tarifas y otras medidas a corto plazo, que satisfacen sus necesidades inmediatas desdeñando sus serias consecuencias a la larga. Mientras tanto, se opone frontalmente a todo aquello que pudiera constreñirlo, ya sea el respeto a las leyes vigentes, o la toma en consideración de los intereses de sus aliados. Respecto a estos últimos, su tratamiento ha dado un giro quizá irreversible; ahora considera a los países históricamente más próximos, no tanto como socios sino como estados vasallos.
La falta de unos claros límites, aplicables a la coerción ejercida por el Estado, hace que las más poderosas multinacionales americanas se sientan atrapadas en tierra de nadie, en una nueva zona de guerra donde reciben fuego amigo y enemigo por todos los lados. El resto de los países trabajan precipitadamente para aislarse como sea de tal coerción. Los mercados globales experimentan profundas fragmentaciones y drásticas facturas. Se hace evidente una progresiva aceptación de los hechos consumados y, lo que es peor, una inquietante sensación de que el bloque en que uno se encuentra pudiera no ser el mejor bloque al que uno debiera estar asociado.
No hace tanto en Estados Unidos se tenía la esperanza de que, en esta nueva coyuntura, su potencia coercitiva y sus valores democrático-liberales seguirían caminando de la mano. Ahora mismo eso parece enormemente improbable.
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