La ley del más fuerte
Solo con el paso del tiempo sabremos si ya ha empezado la Tercera Guerra Mundial o si seguimos aún en la Segunda Guerra Fría
El mundo camina a pasos agigantados del imperio de la ley a la ley del más fuerte. El imperio norteamericano, hoy por hoy el más ... fuerte, ha decidido emplear toda su potencia para imponer su ley. Por las buenas o por las malas.
Solo con el paso del tiempo sabremos si ya ha empezado la Tercera Guerra Mundial o si seguimos aún en la Segunda Guerra Fría. Pienso/deseo que sigamos en esta última; pero es imposible saberlo a ciencia cierta. La incertidumbre campa hoy por sus respetos a todos los niveles: personal, local, nacional e internacional. Es el caldo de cultivo de los cambios de época, algo de lo que hemos oído hablar, hemos leído y hemos visto en películas y teleseries, pero que ahora vivimos en vivo y en directo.
«Esto es la guerra, ¡más madera!». Utilicé esta expresión de Groucho Marx cuando Bush Junior decidió invadir Irak, y estos días me ha vuelto a la memoria. Como entonces Bush, Netanyahu y Trump han exagerado la capacidad nuclear de Irán para justificar la intervención bélica. El alto el fuego acordado el 24 de junio apenas oculta la verdadera intención de los bombardeos: provocar un cambio de régimen en Irán. En Irak consiguieron acabar con Sadam Husein, pero el cambio de régimen fue a peor. Algo que muy bien podría volver a ocurrir, porque es lo que habitualmente ocurre cuando la pretensión de cambio de régimen se basa en la fuerza bruta.
Cuando el Reino Unido se marchó de Palestina (1948) Israel no tardó en convertirse en país clientelar de Estados Unidos. Sus relaciones han tenido altibajos; pero hasta el día de hoy la relación clientelar ha seguido funcionando: Israel ha sido la cabeza de playa de Estados Unidos en Oriente Medio, y Estados Unidos le ha brindado la protección que garantiza su superioridad militar en la región. Pero Israel siempre ha acariciado el sueño de convertirse en el Gran Israel y, de un tiempo a esta parte, convertirse en la potencia hegemónica de Oriente Medio. La mezcla tóxica de Netanyahu y Trump ha hecho el resto.
El presidente norteamericano es partidario a la vez del aislacionismo –dos océanos separando y protegiendo a Estados Unidos del resto del mundo– del expansionismo. Una contradicción que ha estado presente en la breve historia de Estados Unidos desde sus orígenes: pasó de consistir en trece estados del este a los cincuenta estados actuales; a costa de las tribus indígenas, de la compra de Luisiana y Alaska y del expolio de México. Un expansionismo que Trump quiere retomar, y que es nexo de voluntades entre él y Netanyahu. Lejos de salir de Oriente Medio, como pretendieron Clinton, Obama y Biden, Trump quiere seguir ejerciendo su hegemonía por país –Israel– interpuesto.
En cuanto a Irán, citaré el editorial de El Diario Montañés del lunes pasado: «un régimen fanático, con ambiciones de hegemonía en la región, inspirador de guerras indirectas y terrorismo, y confrontando por ello a Occidente. Pero sin que existiera evidencia de un ataque nuclear inminente ni para Israel ni para Estados Unidos». Definición inmejorable. Un grano en el culo de Oriente Medio.
Tras veinte años de afirmaciones sobre la inminencia de la posesión iraní del arma nuclear, creo que Netanyahu ha perdido toda credibilidad al respecto. Si esa hubiera sido la intención original del régimen iraní, hace lustros que la habría construido. Otra cosa es que, visto el trato recibido, ahora haya llegado a la conclusión de que sólo la bomba atómica puede disuadir a Israel y Estados Unidos de forzar un cambio de régimen en Irán. Es lo que tiene la fuerza bruta, que si no logra realizar al 100% su objetivo fortalece la decisión del enemigo de utilizar hasta el último recurso. En este caso, una proliferación nuclear en Irán que sería seguida urbi et orbe.
Me refiero a que Estados Unidos e Israel no han conseguido su pretendida rendición sin condiciones. Con que Irán haya conseguido salvar solo 60 kilos de uranio enriquecido puede ponerse a trabajar de forma clandestina –como hicieron en su momento India y Pakistán– en el desarrollo de suficientes bombas atómicas para contenerlos. No olvidar que el fanatismo, sobre todo el religioso, da rienda suelta a su cólera, «la Santa Cólera», haciéndola arder en un simbólico incensario con el que ahuma sus peores instintos. En la guerra se exacerba el fanatismo por ambas partes, convirtiendo el conflicto en irresoluble.
La guerra no es un enfrentamiento entre buenos y malos sino entre intereses contrapuestos. La idea de que el malo es el agresor y el bueno el agredido es maniquea, falsea la complejidad del conflicto con consecuencias fatales. La victoria tiene que ser por KO, no cabe una victoria a los puntos. El conflicto no se resuelve, como mucho se suspende; pero sigue vigente y volverá a mostrar su jeta cuando menos se espere.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.