Política perniciosa
El cainismo ha sido una constante de la política española desde que se consolidara la Transición
Me preguntan y me pregunto por qué he dejado de escribir sobre política española. A bote pronto me digo que, en realidad, no he dejado ... de hacerlo, solo que lo hago de forma indirecta, hablando de los problemas de la política europea y americana. Esto me trae a la memoria lo que hacían los escritores críticos del franquismo en los años sesenta; pero ahora no hay censura como aquella ¿Entonces?
Lo que predomina ahora es un grado de polarización política de tal calibre que cualquier crítica directa resulta inane; los que están de acuerdo con ella la aplauden, pero lo máximo que uno consigue es proporcionar una explicación expresa a lo que, de forma más o menos clara, ya les ronda en la cabeza. Es decir, nada que ponga en cuestión alguna de sus convicciones, aunque sea de forma superficial.
Por el contrario, los que están en desacuerdo, lo hacen con una cerrazón tal que se antojan blindados frente a cualquier argumento que pudiera poner en cuestión cualquiera de las citadas convicciones. Es decir, entre ambas posturas han conseguido rendir inútil cualquier esfuerzo crítico. Y fíjense que no hablo de convencer al lector con mis argumentos, sino de algo más humilde: que el lector contemple un punto de vista distinto al propio, sin rechazarlo de antemano, por ver si tiene algún mérito. De ahí mi voluntad de centrarme en la política exterior.
Ocurre que, al tratar asuntos exteriores, el lector suele contemplarlos con una distancia inexistente cuando se habla del propio país. En ese caso, el lector se muestra más abierto a visiones distintas a la suya; lo cual hace posible un diálogo fructífero muy difícil, por no decir imposible, cuando se tratan interioridades. Es más, el lector está en disposición de establecer paralelismos entre ambos países, que podrían ser productivos. Al menos, así lo toma el que esto escribe como estímulo para seguir publicando.
El pesimismo sobre la actual situación política española llega al extremo de haber perdido toda esperanza de que los políticos reconozcan que el cainismo –la guerra civil fría en que están enzarzados–, no puede conducir a nada bueno. Adoptan la cínica impostura de que muerto el perro se acabó la rabia, con el fin de instigar a sus militantes y simpatizantes a seguir en la lucha. A sabiendas de que la rabia que se han instilado mutuamente no tiene cura.
Una vez consumada la alternancia en el poder el ganador fingirá extender la mano al contrincante. Propondrá una conllevancia aceptable mediante acuerdos sobre cuestiones de Estado, que interesan a todos más allá de sus ideologías. A sabiendas de que si extiende la mano de verdad se la van a morder y, por tanto, no hará nada más allá de la citada impostura.
Lo saben bien porque eso es precisamente lo que vienen propinando el uno al otro desde hace décadas. El cainismo ha sido una constante de la política española desde que se consolidara la Transición. O sea, desde que se aseguraron que el proceso de cambio de régimen no tendría marcha atrás. No se preocuparon de proteger al nuevo régimen de sus propios desmanes. Asumieron que este resistiría todos las embestidas que iban a infligirle, al grito de ¡Ancha es Castilla!, sin miedo a las consecuencias.
A grosso modo, cada nuevo gobierno ha sido más corrupto que el anterior. Hasta llegar a la pesadilla de Sánchez, quien parece haber reunido todos los males citados y concitar el mayor de los rechazos. Una corrupción que al parecer tuvo su origen cuando este maquinó quedarse con el partido para luego poder hacer de su capa –el PSOE– un vulgar sayo; haciendo caso omiso de normas y opiniones, convencido de que podría engañar a todo el mundo todo el tiempo.
El optimismo antropológico de los cubanos les llevó a decir que 'lo bueno de todo esto es lo mal que se está poniendo'; pero hace tiempo que piensan que el mal es un pozo sin fondo. El mal hay que combatirlo; pero como es algo banal (Arendt dixit) es imposible erradicarlo. La corrupción se convierte en una segunda naturaleza, un modus operandi, aceptado con regocijo por los oportunistas del caos y con resignación por sus víctimas. A lo más que se puede aspirar es a una regeneración que lo reduzca a dimensiones socialmente controlables.
Hoy el mal está descontrolado por completo. Dicha regeneración parece una utopía. Exigiría que las partes del espectro político se pusieran de acuerdo, dado que la sociedad los rechaza por ineptos e insoportables. Los políticos tienen que ver magnificadas las orejas del lobo para persuadirse, sin lugar a dudas, de que cada vez van a engañar a menos gente.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión