El punto de no retorno
Sánchez lleva tiempo recurriendo a una permanente huida hacia adelante, algo insostenible más allá de las próximas elecciones
Hay dos realidades políticas muy difíciles de asimilar: los problemas/conflictos irresolubles y los límites que, una vez traspasados, no tienen vuelta atrás. Esta dificultad ... hace que, en vez de reconocer francamente tales realidades y actuar en consecuencia, se reaccione negando su existencia, insistiendo en seguir por la misma senda equivocada, y doblando la apuesta cada vez que se choca con la realidad. Más difícil todavía, estas dos realidades suelen hacerse evidentes de forma simultánea, induciéndose mutuamente; algo que ocurre con alta frecuencia, pues una no suele andar muy lejos de la otra.
Bien es cierto que hay contradicciones que son irresolubles desde el primer momento. Verbigracia: el choque cultural inherente al fenómeno de la inmigración, cuya única salida es el compromiso para una coexistencia entre las distintas culturas mientras el tiempo y la historia hacen su trabajo. Pero la gran mayoría de las contradicciones son resolubles si se afrontan a tiempo, y devienen irresolubles –traspasan el punto de no retorno– cuando la herida se infecta al punto de producir una septicemia.
Las líneas irremisiblemente rojas solo suelen ponerse de manifiesto una vez traspasado el punto de no retorno; lo cual cambia las reglas del juego de forma tan decisiva como el tránsito de la paz a la guerra. No solo en la política, encontramos líneas rojas en todas las facetas de la existencia, desde las relaciones personales a las relaciones entre países. Líneas de las que uno solo es consciente a toro pasado, no a priori; y aún toma más tiempo detectar los cambios –más o menos sutiles– en las reglas del juego. Algunos ejemplos para ilustrarlo, empezando por España.
El problema más serio que ha plagado la ejecutiva de Sánchez desde el primer momento, es que para formar gobierno rebasó un límite –aliarse con los partidos separatistas– que pronto se reveló como irreversible. Atravesó un puente, por así decirlo, y a continuación, consciente o inconscientemente, procedió a su voladura. Obligado a 'mantenella y no enmendalla', si quería seguir gobernando, ha roto los puentes con instituciones clave del sistema: el principal partido de la oposición, un amplio sector de la judicatura, una mayoría de la intelectualidad, múltiples medios de comunicación, ¿y la casa del Rey?
Sánchez lleva tiempo recurriendo a una permanente huida hacia adelante, algo insostenible más allá de las próximas elecciones, sin descartar un adelanto de estas si las cosas pasan del color de hormiga al negro cucaracha. En política es preceptivo dejar siempre una puerta abierta por la que escapar de los callejones sin salida. Es posible que Sánchez creyera tenerla; pero sus socios de legislatura le están dando el portazo una y otra vez, cada vez con mayor frecuencia. ¿'Quosque tandem' estará dispuesto a apechugar con las consecuencias de su irreversible decisión?
Trump cruzó el punto de no retorno en enero del 2021, con el asalto al Capitolio. Tras cuatro años de preparación y con la ayuda de sus inestimables corifeos, ha conchabado el 'Proyecto 2025'; un plan para la verdadera toma del poder con el fin de cambiar el régimen vigente. A diferencia del sueño sanchista, Trump está tomando realmente todas las instituciones del sistema: la Judicatura, el Tribunal Supremo (o Constitucional), el Ejército, las dos cámaras del Congreso, la Reserva Federal, la Fiscalía… Mientras hace mofa y befa de la oposición, ha secuestrado el partido republicano, amenaza a las principales universidades, se enemista con los expertos y persigue a los medios hostiles; pero todavía no ha cumplido su primer año del segundo mandato y pueden pasar muchas cosas. No es seguro que se salga con la suya, pero tampoco lo contrario. Lo que sí puede asegurarse es que solo le queda una senda: la huida hacia adelante. Su vehículo no tiene frenos ni marcha atrás, en la gran tradición estadounidense de no resolver los problemas sino dejarlos atrás.
La Guerra de Ucrania es otro buen ejemplo. No es que Putin no supiera que estaba quemando las naves que le hubieran permitido dar marcha atrás, su error fue pensar que Ucrania no ofrecería mayor resistencia y que Europa se arrugaría como había hecho en el caso de Crimea. Una vez cruzado ese límite, ha estado doblando la apuesta sistemáticamente, y ha establecido una economía de guerra cuyo precio resultaría insufrible a nuestros ojos pero no a los del sufrido pueblo ruso. La cosa puede terminar muy mal.
Sobre Gaza, otro caso de libro, ya me he explayado hace un par de semanas (DM 6/10/2025). La cuestión es que estamos atravesando un momento histórico en el que todos los conflictos parecen llevarse al extremo; al punto de convertirlos en irresolubles mediante un bebedizo de prepotencia, irresponsabilidad y miopía que ha emborrachado a nuestros conductores, mientras circulamos por una carretera que bordea el abismo.
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