Seguridad / libertad
«Los defensores de la democracia liberal lo tienen crudo, tanto en EEUU como en Europa»
Abraham Maslow (1908-1970) fue un famoso psicólogo social que desarrolló una influyente teoría sobre la 'jerarquía de necesidades' de los humanos en los años ... 50 del siglo pasado. Estableció entonces que la necesidad de seguridad estaba muy por delante de la necesidad de libertad. Dibujó una pirámide en cuya base se encontraban las necesidades fisiológicas –comida, bebida etc...–, seguidas muy de cerca por las de seguridad –techo, protección alimentaria, jurídica y laboral, certidumbre ante el futuro, estabilidad en la propia vida–, hasta llegar a la punta de la pirámide donde situó la libertad: la autonomía para lograr nuestros objetivos personales.
La pirámide de Maslow sigue estando muy vigente a día de hoy; razón de que los dirigentes políticos primen la satisfacción de las necesidades fisiológicas y de seguridad, por delante de las necesidades de libertad que, muchas veces, más parecen una quimera. Otro conocido psicólogo social, Jonathan Haidt, ha calculado que cuando la gente ve vídeos de drogadictos sin techo tirados por las aceras, o vídeos de atracos violentos en pequeños negocios, o de inmigrantes trepando por las vallas fronterizas, a un tercio de la población se le inflama la vena autoritaria, se muestra favorable a un gobierno de mano dura y condona el uso de la violencia por las autoridades para restaurar el orden.
Huelga decir que ese es precisamente el momento político que estamos atravesando en Europa y Estados Unidos. Cuando libertad y seguridad son presentados en lados opuestos del espectro político, el ciudadano opta por la seguridad de acuerdo con la pirámide de Maslow. Esta es la apuesta del movimiento trumpista en Estados Unidos, y de los diferentes líderes de la derecha dura en Europa. La democracia, calificada de liberal, pondría la libertad individual por delante de las demandas de la comunidad; mientras que la autocracia, calificada de autoritaria, daría prioridad a las necesidades de seguridad.
Lo que esta dicotomía ha puesto en entredicho es la capacidad de conciliación de ambas necesidades por parte de la democracia. Algo que solo había sido puesto en serias dudas por la izquierda radical, durante la segunda mitad del siglo X, hoy es cuestionado por un movimiento revolucionario de signo contrario que pretende imponerse. A pesar de que una mayoría de europeos creen que Trump no es bueno ni para América, ni para Europa, ni para la paz mundial, una mayoría de simpatizantes de la derecha dura se ha sumado a la revolución trumpista. Cree que el sistema americano es funcional y está haciendo un buen trabajo, mientras que el sistema europeo no solo es disfuncional sino que se está desintegrando.
La actual relación de la extrema derecha europea con Trump evoca la de los partidos comunistas europeos con la URSS, durante la Primera Guerra Fría. No solo se siente obligada a defender a Trump sino que decide imitarlo para salvar de la debacle europea a sus respectivos países. Como Trump, los ultranacionalistas europeos sueñan con deportar masivamente a los inmigrantes…, mientras miran para otro lado ante las salvajes tarifas que Trump está infringiendo a sus queridísimas naciones.
El nacionalismo americano no tiene profundidad histórica a la que agarrarse, así que se remonta al Viejo Testamento denominándose Nuevo Israel. El movimiento Maga habla de Trump como si este encarnara al hijo de Dios en su 'Segunda Venida', para ocupar el trono del Nuevo Israel y gobernar el mundo según la promesa bíblica. En contraste, la concepción del mundo de Trump es la de un magnate inmobiliario salido de sus casillas, para quien las naciones solo son arrendatarias del territorio que ocupan; del que, por tanto, pueden ser desalojados por un nuevo empresario de la construcción. La distancia sideral entre ambas concepciones del mundo probablemente lleven a su implosión. No está nada claro que el ultranacionalismo americano acabé saliéndose con la suya.
La milenaria historia Europea hace del nacionalismo algo radicalmente distinto. Para empezar concibe Europa como un conjunto de patrias, cada una con su propia historia, cuyas tradiciones y soberanía hay que defender contra un engendro denominado Unión Europea. Ello les lleva a formar parte de otro engendro de similares proporciones, denominado 'Movimiento Revolucionario Transnacional', que importa de EEUU la retórica religiosa fundamentalista, y la declaración de 'guerra cultural' contra el progresismo. Una estrategia que hoy triunfa en EEUU; pero que para nada garantiza su éxito a este lado del Charco.
Ese movimiento está mejor fundamentado a escala nacional, y por tanto tiene más probabilidades de éxito, siempre que consiga convencer a la derecha moderada de que esta es la única vía para librar al país de las garras del progresismo. El hecho de que su estrategia esté haciendo estragos entre los votantes de la derecha en países tan diversos como Reino Unido, Francia, Italia y, camino de ello, en Alemania y España, me lleva a pensar que los defensores de la democracia liberal lo tienen crudo, tanto en EEUU como en Europa.
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