Un monolito contra el olvido
«Han sido muchos años persiguiendo pistas que se diluían por información imprecisa. Durante un tiempo creímos que sus restos estaban en Mieres, Asturias, hasta ... que por un azar descubrimos que la confusión pudo haberse producido porque Mirones tiene similitud fonética». Quien así me habla es Eduardo Lazcano. Nos conocemos desde hace treinta y tres años, y durante más de cincuenta ha estado rastreando las huellas inciertas de su abuelo, Cecilio Romaña, fusilado en 1937. «En 1976 comenzaron a aclararse algo las cosas, aunque la gente seguía teniendo recelo –«había que tener el morro atado», decía José Antonio Abella–. Cuando sospeché la posible confusión entre ambas localidades, dirigí mis pasos a Mirones. «Pregunte por Fermín Gutiérrez, el ciego de Mirones», me dijeron. Ciego era, mas no sordo. Fermín había estado detenido junto a mi abuelo y sus dos compañeros, Luis Portillo y Alejandro Miquelarena. Tenía una memoria de elefante, y me refirió con detalle sus últimas horas. Me dijo que Lito, un meracho cabal, había visto «tres chicos» muertos en el río y había convencido a dos familiares para enterrarlos. Pude hablar con él y me confirmó los hechos. Los habían enterrado fuera del cementerio, bocabajo, a metro y medio de profundidad, «los dos más bajos (Cecilio y Alejandro), primero, y el más alto (Luis) sobre ellos». Así han aparecido ahora sus restos. Cuando los familiares supimos dónde estaban sepultados, erigimos un monolito para señalar el lugar. Después, quisimos comprobar que aquellos eran sus cuerpos para poder llevarlos al cementerio de Ballena, en su Castro Urdiales natal. El hecho nada tiene que ver con ideologías, sino con dignidad humana. Jamás diremos quiénes los mataron. Sería un ejercicio improcedente de odio. Por eso me duelen las recriminaciones que están realizando algunos, en ocasiones encubiertas tras el anonimato. Eso sí parece rencor».
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