Johnson, en las horas finales
La estabilidad institucional y la gobernación activa del Reino Unido es clave para las democracias frente a Putin y la turbulencia económica
Boris Johnson continúa aferrándose al poder, mientras pierde autoridad en su partido. La mentira, penalizada en la cultura anglosajona, ha podido convertirse en un ... recurso inevitable en los últimos años del conservadurismo a ambos lados del Atlántico. Pero combinada con la excentricidad y la negación de contrapesos en el ejercicio de la responsabilidad pública está resultando insoportable. En su última mentira conocida, Johnson declaró que no sabía nada de los acosos sexuales de su designado para presidir el comité de ética de los tories, Chris Pincher. Ayer comenzó su intervención ante el Parlamento con la buena nueva de una bajada de impuestos, después de que el Canciller del Exchequer, Rishi Sunak, hubiese dimitido tras otra veintena de altos cargos conservadores que han resaltado la soledad de Johnson. Una vez salvada la moción de confianza del 6 de junio, no podría verse sometido al mismo trance hasta dentro de un año. A no ser que los conservadores entiendan -como parece- que Johnson es un lastre del que convendría desprenderse antes de su conferencia de octubre. Puesto que a este paso perderán irremisiblemente las elecciones de 2024.
La caída definitiva de Johnson pondría en cuestión su ejecutoria, dado que ninguno de los artífices del 'brexit' vigente quedaría en activo en el Reino Unido. Su continuidad o su sustitución al frente del gobierno británico sería un asunto hiriente para los europeos de la Unión tras años de ver cómo se manipulaba la opinión pública de los ingleses con los supuestos perjuicios de su pertenencia a un proyecto común junto a la Europa continental. Sería un asunto nacional que remitiría al juego partidario y a las rigideces o a las dobleces del sistema democrático más longevo del mundo. Incluso podría presentarse como una versión caricaturesca, y en esa medida abusiva, del ejercicio del poder en las sociedades abiertas. Pero la estabilidad institucional y la gobernación activa del Reino Unido importa y mucho a las democracias del mundo frente al desafío del régimen de Putin, y a que las economías occidentales afronten todas las advertencias de desaceleración con la entereza debida. El Reino Unido es una potencia que, si acaso, puede permitirse asumir dificultades cortando amarras respecto a la UE. Pero no está en condiciones de priorizar cuitas domésticas, de sostener a un primer ministro en caída libre, debilitando la acción gubernamental interior y la influencia exterior de un país democrático en posesión de armas nucleares sin sufrir las consecuencias de semejante deriva.
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