«Monárquico», a mi pesar
Los reyes actuales están preparados y comprometidos para ejercer su profesión
La semana pasada, en medio del lío del entonces fiscal general del Estado, de los juegos de equilibrio/desequilibrio del Gobierno de España y de ... la separación de poderes, bajo la amenaza del ascenso de las ultraderechas, y con el trasfondo de los comentarios 'escritos' de Juan Carlos I el «Campechano», sufrí un inesperado ataque de monarquismo durante la entrega de los toisones de oro a la reina Sofía, Miguel Herrero de Miñón, Miquel Roca y Felipe González. Fue entonces cuando me sobrevino mi arrebato monárquico, envuelto en una escena de una tranquilidad política, humana e institucional casi olvidadas.
¿Arrebato monárquico? En mi caso lo monárquico no significa «borbónico» ni tampoco «juan carlista». Lo mejor que hizo Juan Carlos I fue obedecer a Torcuato Fernández-Miranda en cómo hacer la transición a la democracia y aguantar el tirón el 23F, pero una vez cogió la confianza que le dimos, su sangre borbónica le llevó a navegar por aguas procelosas y a representar patéticamente el papel del «cazador cazado», además de comprometer irresponsablemente a su propio hijo. Mi «monarquismo», por tanto, descansa en Felipe VI, la reina Letizia y la princesa Leonor. Y lo considero un mal menor porque, hoy por hoy, nuestros políticos no están en absoluto a la altura que requiere la cada vez más frágil democracia española. Sí me parece, en cambio, que los reyes actuales son reyes del siglo XXI, preparados y comprometidos para ejercer su profesión. Además, si echamos un vistazo a algunos presidentes de Repúblicas cercanas nos encontramos con casos tan poco ejemplares como Sarkozy, Berlusconi, Chirac, Andreotti, Mitterrand… por no citar a Trump o a algunos presidentes latinoamericanos. El modelo republicano no es tampoco garantía de nada.
Creo además que una buena monarquía tiene algo de lo que carece una república: un carácter simbólico, institucional, que le hace estar «fuera» del mundo de la política cotidiana pero, al mismo tiempo, dentro de ella; y también un poco por encima de la intrahistoria pero, a la vez, dentro de la historia. Esta distancia es lo que otorga a la monarquía su solemnidad y lo que genera nuestro respeto y confianza. El ser humano es un animal racional, pero también sentimental y simbólico. Herrero de Miñón lo apuntó en su discurso: «la cultura democrática está hecha de razón y de sentimientos», y los símbolos despiertan sentimientos. Por eso los reyes despiertan en mí más empatía, mejores sentimientos y una mayor confianza que la vulgaridad altisonante e interesada de nuestros políticos.
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