Toda la memoria de La Magdalena
Tantas capas de memoria como incluye, y de tantos significados, no deben ser desmemoriadas para imponer solo una, ominosa pero no definitoria de su espacio
José Manuel Pastor Martínez
Médico y Licenciado en Periodismo
Martes, 4 de noviembre 2025, 07:13
En función de los preceptos de una Ley de Memoria empeñada en sembrar sombras de un ayer felizmente superado, el Gobierno central pretende convertir La ... Magdalena en Lugar de Memoria de Cantabria por su significación «histórica o simbólica» de la represión franquista en nuestra ciudad en el contexto de la Guerra Civil, con la intención, según el delegado del Gobierno, de que las actuales generaciones conozcan nuestra historia. No voy a incidir en el hecho de los numerosísimos estudios dedicados al tema en el último medio siglo y a las también múltiples iniciativas didácticas, escolares etc. con el mismo fin.
Tras la toma de Santander por el ejército sublevado a finales de agosto de 1937, fueron miles los soldados procedentes de diversos frentes próximos y los ciudadanos afines a la República, sospechosos de serlo o refugiados de provincias limítrofes, que se vieron recluidos en Santander. Fernando Obregón, en un exhaustivo trabajo publicado en 2014, los cifra en unos cuarenta mil, cantidad enorme (también logísticamente) para una pequeña ciudad que los distribuyó por diversos recintos: el primero, cronológica y numéricamente, la plaza de toros, y a continuación la península de La Magdalena, el campo de fútbol, el hipódromo y el seminario de Corbán, éste con connotaciones especialmente escabrosas. Una vez allí concentrados a modo de prisión preventiva –que podía durar muchos meses–, según los informes que se recibían unos eran liberados, otros forzados a trabajos en obras públicas y el resto, los más implicados, conducidos a alguna prisión o al paredón. Testimonios de los aún supervivientes hablan de palizas, malos tratos, escasez de alimentos y de agua, hacinamiento infrahumano, abundancia de piojos y chinches y otros similares que dicen de la dureza inhóspita de su situación. De todos esos emplazamientos se ha elegido, sin que conste el porqué, la península de La Magdalena como más representativo.
La península fue un conocido asentamiento romano en el que han aparecido, sin haberse realizado una excavación sistemática y reglada, numerosa cerámica y monedas romanas, una estructura termal y otra posible portuaria que la relacionaría comercialmente con las Galias, así como una jarra de vidrio y la estatuilla de un Hermes niño, el dios del comercio. Se especula que pudo existir allí un asentamiento medieval y una fortificación del siglo XIV, pero lo acreditado lleva al siglo XVI en adelante con la presencia de enclaves defensivos de baterías artilleras en los 'castillos' de Ano y de la Cerda, de ocupaciones intermitentes según las coyunturas bélicas: guerra de los Treinta Años en el siglo XVII, en el siglo XVIII la de Sucesión a la Corona española además de la protección de los estratégicos astilleros de Guarnizo, y ya en el siglo XIX la guerra de Independencia frente a los franceses y la tercera carlista; desde mediado el siglo la batería de la Cerda se convierte en faro de ayuda a la navegación (datos todos colegidos del libro 'Arqueología de la bahía de Santander', editado en 2003 por la Fundación Botín)
Desaparecido su interés militar, el ministerio de la Guerra devuelve la península a la ciudad el año 1906 y su Ayuntamiento decide por unanimidad (incluso de los ediles republicanos «por su deber ineludible de defender los intereses de Santander y su provincia») ofrecerla al monarca como residencia de estío, tras lo que, construido el palacio, Santander se convierte durante casi dos décadas en corte veraniega con el despliegue en todos los órdenes que supuso. Incautada por la II República, su ámbito se consideró idóneo para establecer una Universidad Internacional de Verano según el patrón de instituciones europeas de este tipo, desarrollándose cuatro cursos antes del comienzo de la Guerra Civil. En el transcurso de ésta sucedieron los dos años aproximadamente en que fue lugar de encierro de soldados o simpatizantes republicanos. Poco tiempo pasó hasta que sirviera como albergue improvisado para familias que vieron arder su hogar en el incendio de febrero de 1941. Un lustro después se retomó la actividad de la Universidad Internacional, bajo la invocación ahora de Menéndez Pelayo, y fue poco a poco desde entonces adquiriendo el perfil actual de espacio público abierto y plurifuncional para solaz y deleite de todos. El marco que encuadra playa y arbolado coronado por la torre de la casa clara es la imagen más difundida y reconocible de la ciudad.
Entresacada de la continuidad del tiempo una cápsula que lo desnaturaliza, el lugar, como un ser, puede verse reconfigurado a modo de displasia de incierta evolución. Tantas capas de memoria como incluye, y de tantos significados, no deben ser desmemoriadas para imponer solo una, ominosa pero no definitoria de su espacio.
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