Del alto el fuego al acuerdo de paz
El estado palestino que vendrá necesitará un territorio en Gaza y otro en Cisjordania
En los escombros de Gaza aún no han terminado de entrar y salir cadáveres ni han terminado de oírse los llantos. De la memoria colectiva ... no se van a desprender jamás los cientos de jóvenes israelíes asesinados por Hamás. Ni mucho menos los miles de civiles palestinos, mujeres y niños, fallecidos a causa de las bombas del ejército de Israel. Ningún alto el fuego puede convertirse en un acuerdo mientras los líderes y gobiernos implicados en el conflicto no asuman la realidad de que la paz no puede alcanzarse ni desde una algarada progresista de cartón piedra, ni desde un bulldozer que desescombre las piedras y los muertos para construir una nueva franja sin alma ni voluntad.
Slomo Ben Ami, primer embajador de Israel en España tras el establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, durante el Gobierno socialista de Felipe González, pronunció una conferencia sobre el proceso de Oslo en la Universidad Europea algunos años después. Explicó que para «alcanzar un acuerdo de paz, hacen falta dos cosas: que se den las condiciones necesarias y que se encuentren los líderes para alcanzarlo». Donald Trump ha conseguido que se dé la primera condición, un alto el fuego. Pero la segunda, que pasa por desarrollar el plan propuesto por la Casa Blanca y que ha aceptado el grupo terrorista Hamás, tendrá que eliminar los últimos brotes de violencia, y sortear la presión de la opinión pública y la proliferación de las algaradas anti-israelíes, para poder afrontar la urgencia de la ayuda humanitaria y la estabilización.
El siguiente escalón será la construcción de un acuerdo para el reconocimiento de un estado palestino capaz de convivir con el israelí. Para ello, los responsables del alto el fuego deben ser conscientes de que probablemente ellos no serán los responsables de alcanzar un acuerdo de paz duradero. Aunque el estudio de la historia no sea capaz de confirmar esta hipótesis, la observación de la historia en Oriente Medio sí lo es para confirmarla de forma implacable.
Henry Kissinger medió entre la primera ministra laborista Golda Meir y el presidente egipcio Anuar el Sadat para conseguir un alto el fuego tras el Yom Kipur. Pero fue el líder conservador del Likud, Menahen Beguin, quien firmó los acuerdos de paz de Camp David en el año 1979. El alto el fuego que se enquistó en una línea de 80 kilómetros de donde el ministro de la guerra, Moshé Dayán, no se quería retirar, derivó en un acuerdo para la retirada integral de la península del Sinaí y en 40 años de paz. Y también en el asesinato del presidente Anwar al Sadat a manos de integristas.
Ronald Reagan propició la retirada del ejército israelí del Líbano en el año 1985, lo que aprovechó el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, para demandar un estado palestino y convertirse así en el interlocutor del proceso de Oslo. La Conferencia de Madrid de 1991, impulsada por Estados Unidos y la URSS de la postguerra fría, a la que asistieron la mayoría de los líderes regionales, fue el marco escogido para poner en marcha los acuerdos de Oslo que derivarían en la creación de la Autoridad Nacional Palestina. Los firmaron el propio Arafat y el general afiliado al partido laborista Isaac Rabin en 1993, con Bill Clinton ejerciendo como maestro de ceremonias. Poco después, Rabin murió abatido por un extremista judío para quien la historia no ha guardado memoria alguna.
Años después, reflexionaba Ben Ami sobre aquellas condiciones y las personas. Y consideraba que, si bien las condiciones sí se habían cumplido, tal vez las personas no habían sido las adecuadas. Arafat por su pasado terrorista y el sectarismo político que ejerció desde entonces. Rabin por su infinita bondad y por la villanía de su muerte, injusta, injustificable y jamás olvidada.
El estado palestino que vendrá necesitará un territorio en Gaza y otro en Cisjordania. Sin fracturas entre las minorías palestinas, ni asentamientos unilaterales de colonos judíos, ni una democracia tan polarizada en Israel. Con una voluntad firme de construir la paz a partir del respeto a la existencia, a la convivencia y a la pervivencia. Esas y no otras tienen que ser las condiciones previas para que se firme un acuerdo. Poner en marcha ese proceso es la encomienda que tienen la administración norteamericana y el resto de los actores implicados. Pero el camino será largo y probablemente Trump, a pesar de su éxito, no auspiciará la paz. Netanyahu no será protagonista ni héroe del proceso. Y Hamás, no volverá a ser nunca un interlocutor. Nunca, jamás será nada.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión