La India y los tres comunistas centenarios
No es de extrañar que Narenda Modi no estuviera interesado en asistir a la reunión de los tres dirigentes derivados del comunismo en el siglo XXI
Cuando en el siglo IV a. c. los soldados de Alejandro le dijeron que estaban cansados y tenían ganas de volver a casa, un joven ... aliado y admirador del macedonio, Chandaputra Maudyan, se hizo con el control de la cuenca del Ganges y estableció pactos dinásticos con Seleuco, sucesor del conquistador en Persia, Mesopotamia y Asia Central, para extender su dominio hasta los territorios de lo que hoy es Pakistán y Afganistán. Su nieto Asoka completó el imperio Maudyan tras una sangrienta campaña contra el reino Kalinga, dominante en la costa oriental de la India. Al terminar la guerra, que dejó 100.000 muertos y 150.000 desplazados, el joven Asoka quedó consternado por el sufrimiento que había causado y pidió perdón. Se convirtió al budismo y construyó un imperio pacífico y tolerante con las minorías y las creencias. 250 años después de que Siddharta hubiera encarnado al Buda cuando comprendió que la esencia del ser humano está en la compasión por el sufrimiento de nuestros semejantes, el gobierno de Asoka expandió la sabiduría budista y propició la educación, el respeto y la espiritualidad.
La influencia cultural e histórica de la India la resume William Dalrymple en su reciente publicación, 'The Golden Road'. Se remonta, por ejemplo, al primer imperio mesopotámico de Sargón de Acad (2500 años a. c.), donde la arqueología ha encontrado infinidad de restos que confirman los intercambios con los pueblos hindús. Atraviesa el Himalaya hacia China y las cordilleras de Asia Central. Transita por el Índico y el Mar Rojo en el comercio con el Imperio Romano. Se ramifica en Indonesia e Indochina, donde el hinduismo fortalece las artes de pueblos e imperios como el Jemer en Camboya. Traslada sus conocimientos sobre matemáticas, astronomía y medicina a los califas abasides de Bagdad a partir del siglo VIII. Y de la mano del islam, llega a Córdoba y Toledo para que los españoles y, luego, el resto de los europeos incorporemos los números, de origen indio, y el sistema decimal para desarrollar la contabilidad, el comercio y la banca.
Con este escaparate histórico a sus espaldas, no es de extrañar que Narenda Modi no estuviera interesado en asistir a la reunión de los tres dirigentes derivados del comunismo en el siglo XXI, Xi Jinping, Vladimir Putin y el último representante de la tiranía hereditaria norcoreana, rebautizado hace unos años por Donald Trump como 'Little Rocket Man'. Ni tampoco en participar en la animada conversación que mantuvieron los tres autócratas en torno a la prolongación de la vida, y por tanto del poder, hasta más allá de los 150 años. Todo un reto.
Sin embargo, Modi sí asistió unos días antes a la cumbre de la Organización para la Cooperación de Shanghai, impulsada por Rusia y China y que incluye a países centroasiáticos de la esfera ex soviética y a Bielorrusia, y a otros como Irán o Pakistán. Sin un objetivo estratégico claro más allá que el de ejercer como instrumento de cooperación para el debilitamiento del orden liberal, la OCS invitó a la India a incorporarse en 2017, gracias a la presión de Putin. Entre otras razones, para construir una imagen de fortaleza tripolar frente a Occidente y Estados Unidos. Rememorando, quien sabe, aquella otra foto tripolar cuando el líder ruso se sentaba entre Chirac y Shroeder, con el objetivo de debilitar la alianza euroatlántica con la guerra de Irak de fondo. Entonces, sirviéndose del proyecto de explotación energética del Ártico para integrar a la petrolera francesa Totalfina y del gas de Gazprom para engatusar a los alemanes. Y cuando Europa comprendió los objetivos reales de aquella entente, romper Ucrania y la Unión Europea, la estrategia rusa se reorientó hacia un entorno distinto y aún más incierto.
Porque el aparente entendimiento entre rusos, chinos e indios es muy débil en términos históricos y también geopolíticos. La prosperidad de la India ha venido de la mano de su integración en el orden liberal del final de la guerra fría, cuando se convirtió en una de las economías emergentes después de 30 años de aislamiento económico, pobreza y tensiones bélicas. Poco antes, una India recién independizada se había integrado en la pintoresca idea del Tercer Mundo, elaborada por el elegantísimo dirigente comunista Zhu Enlay, para buscar alguna coherencia internacional a la política china. Pero el hilo conductor de aquel espacio distinto al de las dos superpotencias, no era otro que la pobreza y el subdesarrollo de los países que asistieron a la Conferencia de Bandung en 1955. En aquellos años, la India, igualmente perdida en la esfera mundial, coqueteaba con la URSS, se enfrentaba abiertamente con Pakistán y en las fronteras con China, y se moría de hambre. Su democracia y su reorientación a los mercados globales le salvó de la esclavitud de la miseria. Cualquier recuerdo de aquel tiempo es peor para la sociedad india que la propia colonización.
En términos geopolíticos, la organización de Shanghai no presenta más que incertidumbres para el gobierno y los intereses indios. En primer lugar, porque la multipolaridad que quieren promover sus asociados no es vista de igual manera por indios, rusos y chinos. India defiende un futuro cuatri polar, que incluya a Estados Unidos y donde su papel sea más relevante. Mientras que en China (Yan Xuetong) se considera a Rusia como una potencia regional y a India como otra subregional; y por tanto la relación china con EE UU tiene un sentido más bipolar que multipolar. Rusia, por su parte, sigue pensando en reconstruir las zonas de influencia soviéticas para tener fuerza. Las buenas relaciones de Pakistán y China atemorizan, además, el futuro hindú.
En segundo lugar, porque con estas perspectivas Modi ha construido un tejido de relaciones para situar a su país en distintos entramados y alianzas internacionales. Desde el QUAD, diseñado para proteger las aguas del Indo Pacífico junto con Estados Unidos, Japón y Australia, hasta los BRICS, cada vez más atiborrado de economías emergentes, también con distintos intereses. India compra y vende armas, tecnología y bienes al mejor postor. Pero de momento, su democracia se mantiene lejos y a salvo del centenario comunismo de Estado, que al parecer quiere vivir algunos años más.
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