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En momentos como el actual en el que, pese a todo lo que está cayendo y la incertidumbre reinante, la economía española va bastante bien, ... conviene recordar que hay cosas que no van tan bien y que, por lo tanto, habría que intentar resolver. Una de ellas, sin lugar a dudas, está relacionada con la demografía pues, como es bien sabido, estamos en puertas de vivir, si no es que ya estamos viviendo, un «invierno demográfico».
Tal y como he apuntado en varias ocasiones, la evolución de la población española en las últimas décadas está haciendo que lo que en algún momento se pareció mucho a la convencional pirámide demográfica ahora lo haga más a una hucha con su parte superior cada vez más gruesa. La explicación de este fenómeno es enormemente sencilla: por un lado, la caída de las tasas de natalidad y, por otro, el aumento de los años de vida con el consiguiente envejecimiento de la población. Este último fenómeno, derivado sobre todo de los mejores cuidados sanitarios y alimenticios disfrutados por la inmensa mayoría, es muy positivo y, esperemos y casi con total seguridad, imparable. El primero, sin embargo, motivado en buena medida por cambios en el estilo de vida de los ciudadanos y la incorporación creciente de la mujer al mercado laboral, podría ser, al menos en parte, reversible (si se adoptaran políticas abiertamente encaminadas al aumento de la natalidad), aunque sólo a medio y largo plazo. El resultado evidente de ambos fenómenos es que tenemos un problema que, en el mejor de los casos, permanecerá con nosotros durante un buen número de años.
El problema, naturalmente, se manifiesta en múltiples frentes, todos ellos con importantes efectos económicos. De entre estos, los tres más destacados son los relativos a la financiación de las pensiones y de la sanidad, y el correspondiente al funcionamiento del mercado laboral. Centrándome hoy en este último, el problema se manifiesta en que la reducción de la natalidad y el envejecimiento de la población se traducen en un descenso sistemático de la población en edad de trabajar, lo que implica no sólo menos población activa nacional sino, también, más bajas laborales, menos movilidad y, sobre todo, menores ganancias de productividad, el único factor que, como es bien sabido, garantiza la buena marcha de la economía a corto, medio y largo plazo.
Como consecuencia de la caída de la natalidad y del aumento de la esperanza de vida, el INE nos dice que, desde principios de 2019 hasta finales de 2024, la población española en edad de trabajar se redujo en casi un millón de personas. ¿Cómo es posible, entonces, que el grueso del crecimiento económico nacional se explique por el dinamismo del mercado laboral y no, como debería suceder, por aumentos de la productividad? Pues, como pueden imaginar, por la fortaleza de los movimientos migratorios ya que, según nuestro instituto de estadística, en el mismo periodo antes mencionado, la población extranjera en edad de trabajar creció en más de dos millones de personas. Es precisamente esta llegada de extranjeros la que ha permitido compensar con creces el descenso de la población nacional y, en consecuencia, elevar las tasas de actividad y ocupación, reducir la tasa de paro, y mantener unos ritmos de crecimiento económico bastante notables.
Dos son, a mi juicio, las conclusiones que podemos derivar de lo expuesto. Una de ellas, sobre la que no voy a incidir en esta ocasión, aunque sea fundamental, es que tenemos que mejorar sustancialmente nuestra productividad para que el crecimiento ahora disfrutado no sea 'flor de un día'. La segunda, no menos importante, es que nuestro crecimiento económico se ha producido, en esencia, merced a la llegada de extranjeros a nuestro país. Dadas las circunstancias, y nuestros pobres registros en materia de ganancias de productividad, hemos de reconocer que, sin ellos, no sería posible mantener y acrecentar nuestro nivel de vida. Aunque sólo fuera por esto, es decir, aunque sólo fuera por puro egoísmo, me resulta inaudito que cada vez se estigmatice más al migrante y se le vea como el origen de todos los males. Los migrantes, lo mismo que los nacionales, los hay buenos, malos y regulares, pero los que recibimos nosotros no sólo tapan muchos de los agujeros del mercado laboral, sino que, también, contribuyen al aumento de la natalidad. Vamos, que como apunté en otra ocasión, deberíamos de darles la bienvenida y no tratarlos como delincuentes.
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