Sectarismos y milongas
Pasan los años y parece que sigamos políticamente en la adolescencia
Seguramente será cosa mía, pero cada día me resulta más difícil no cambiar de emisora o de canal televisivo. Cada vez es más complicado escuchar ... una noticia con un mínimo de objetividad o, al menos, de coherencia, alejada de un insufrible potingue de bufanda y partidismo que lo inunda y embadurna todo.
Se puede tener ideología, al igual que se puede –y conviene– tener opinión. Pero también convendría que la ideología y la opinión estuvieran sustentadas en unos mínimos éticos y morales. De tal forma que se puede criticar o no estar de acuerdo con los llamados tuyos –¡vade retro!– y no por ello ser un apestado.
Dentro de este país que vive en el eufemismo –maquillando la realidad– triunfa lo que se denomina «relato». Es decir, no importan los hechos ni la verdad, sino la percepción que se tiene y cómo se cuenta lo que acontece o parece acontecer. Así, «ganar la batalla del relato» es lograr que se asiente una verdad que puede ser una absoluta mentira. La verdad no importa; lo relevante es que lo que parezca convenga a quien lo relata. En román paladino: una milonga, el timo de toda la vida, un cuento chino a la ibérica.
Los sofistas eran maestros de la argumentación, de la persuasión y de la manipulación. Lamentablemente, estamos en este mismo territorio, pero muy lejos de la talla intelectual de aquellos. Ahora todo es más burdo y básico, sustentado en que casi nada pasa factura en las urnas o en la sociedad. Todo es rápido y caduca al mismo tiempo que las publicaciones de Instagram y TikTok.
Cada vez somos más como ese niño al que le entregan un regalo, pero lo que verdaderamente le entretiene es la caja. Una sociedad de envoltorios y trampantojos. Llegar al fondo de las cosas lleva tiempo, es cansado y compromete. De ahí que sea mejor la anestesia, cuando no la indiferencia.
Es prácticamente imposible que un partido o una ideología –si es que actualmente pueden pronunciarse en la misma frase– tenga siempre la razón. Especialmente cuando la ideología es cada día más personalista y está al servicio del todopoderoso líder de turno.
Tendemos a leer y escuchar aquello con lo que sentimos cierta afinidad, pero merece la pena asomarse a aquello de lo que estamos alejados, porque tal vez reafirmemos nuestras ideas o incluso cambiemos de opinión. Porque cambiar de opinión es tan bueno como malo es tratar de adecuar la realidad a nuestros intereses.
Seguramente todos recordemos cuando estábamos en esa edad en la que discutir con nuestros padres era un deporte diario, cuando teníamos siempre razón, o cuando no la teníamos, pero la máxima era no dar el brazo a torcer, nunca. Pues eso: pasan los años y parece que sigamos políticamente en la adolescencia.
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