Veranos en la memoria
Pensar que solo hay que aprender los elementos básicos para trabajar es uno de los errores de la sociedad industrial
Mil veces se han recordado los últimos versos de Antonio Machado: «Estos días azules / y este sol de la infancia». Y también son conocidos los ... versos de su poema 'Retrato': «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero».
Mis mejores recuerdos también se sitúan en la infancia, en unos veranos y en un mundo idílico. Los elementos que formaban ese paraíso eran un pueblo (con leyenda), una casa grande y una huerta, unas tías absolutamente bondadosas, los primeros amigos, un río, una bicicleta, y montones de tebeos con aventuras fantásticas: 'Pantera Negra', 'El Capitán Trueno', 'Roy Rogers'… (la televisión, en blanco y negro, se veía en un bar, y las imágenes eran las de una carrera ciclista y, sobre todo, de la serie de vaqueros 'La Ponderosa'). Fue un tiempo lento. Época de descubrimientos. El paisaje de un color verde intenso, y muchas veces el cielo gris. No había ruidos, se escuchaba la naturaleza y los trajines de unas gentes muy vinculadas al entorno y a sus vecinos. Ese mundo era seguro; y me sentía libre. Aquella isla de felicidad contrastaba con el otro mundo, el de la ciudad, las obligaciones, las preocupaciones, la ausencia de autonomía. Pasan los años y los recuerdos, la cara y la cruz de la existencia, se muestran con gran viveza. Fui muy afortunado por vivir esa experiencia de libertad, de amistad, de crecimiento. Esas vivencias me han marcado de forma indeleble (sí, las del mundo inhóspito también lo han hecho).
Efectivamente, la infancia nos marca. El privilegio de experimentar el mundo tradicional, auténtico, natural, deja una huella distinta. El poeta Octavio Uña, en 'Usura es la memoria', dice: «No, no es idéntica lluvia / como llovió no lloverá ninguna lenta tarde (…) ¡Ay isla de mis días primeros: / tiempo, muro de la distancia!». Y también: «Ven a la paz de los secanos, / corazón que te fuiste de esta aurora un día».
La sociedad del hiperconsumo utiliza la estrategia de la zanahoria para que el burro camine tras ella dando vueltas sin fin
Mi 'mundo de ayer' ha desaparecido; permanecen recuerdos, sensaciones. Tengo cierta melancolía. En ocasiones temo acercarme y ver el paraíso que fue, y observar tantas pérdidas. ¡Qué rápido se va el tiempo! ¡Qué fugaz es la existencia!
Sí, hay que aprovechar el tiempo, hay que vivir intensamente, no podemos despilfarrar el instante. Hay que estar siempre alerta. Como sabemos, Horacio dijo 'Carpe diem': aprovecha el día («Mientras hablamos, se habrá fugado el tiempo celoso. Abraza el día y dale el mínimo crédito al futuro»). Sí, claro que debemos prepararnos para mañana, pero sin descuidar el ahora (hay que explicar bien, la fábula de la cigarra y la hormiga).
Las vacaciones, las de los niños, las de todos, son importantes, no se debe olvidar. Es la oportunidad para otras vivencias. Es ocasión de diferentes aprendizajes, de relaciones distintas (además de un tiempo para descansar, recobrar energías y olvidar preocupaciones). Pero, por supuesto, el tiempo libre debe 'llenarse'. Hay que aprender a ocupar el tiempo libre. La educación para el ocio es fundamental. Pensar que solo hay que aprender los elementos básicos para trabajar es uno de los errores de la sociedad industrial. La lógica de la sociedad de consumo de masas presiona para que en vacaciones se viaje mucho, se acuda a mil conciertos, se visiten todos los restaurantes… Sí, lo mismo que sucede en el mundo urbano, en la actividad laboral y en otras épocas del año: prisas, ritmo acelerado, sensación de que se pierden oportunidades, desasosiego por no estar en el lugar que anuncian los medios de comunicación. La sociedad del hiperconsumo utiliza la estrategia de la zanahoria para que el burro camine tras ella dando vueltas sin fin. No es preciso subrayar que el resultado de esta manipulación comercial provoca insatisfacción, alienación.
Concluyo. Hace poco observé lo siguiente: en una reunión en la que se reencontraban abuelos, tíos, primos y otros familiares, un adolescente, en lugar de escuchar a sus mayores y hablar con sus primos, prestaba atención a su teléfono móvil. Quizá yo esté equivocado, pero creo que ese joven se perdió parte de una rica experiencia.
Y, como sugerencia, lo último de Muñoz Molina: 'El verano de Cervantes'.
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