A jandel
Ejemplo de voces en general desuso y cuya etimología se ha tornado difícil de asegurar, por el déficit de investigaciones en unas décadas cruciales del siglo XX
Comparten campo semántico los montañesismos «jandel» (lujo, ostentación), «a jandel» (hasta hartarse), «jandir» (hartar) y «jandirse» (hartarse). Bien podemos decir que son palabras o expresiones ... hoy en casi total desuso. Adriano García-Lomas atribuyó el jandirse a 2hendirse2 o partirse, del latín «findere». Sería un hartarse hasta partirse, a «trisca pellejo». Pero no se comprende fácilmente como de un «hendir» (la forma preferida en el siglo XVIII e incluso después era más bien «hender», aunque ambas se pueden utilizar) o «jandir» hemos pasado a un «jandel», y menos en su sentido de lujo y ostentación.
Del francés «jalne» (que daría «jaune», amarillo) evolucionó el español «jalde», amarillo subido. Ya Nebrija (1495) escribe: «jalde color, lo mismo que oropimente». El oropimente es un compuesto sulfúrico del arsénico, de color amarillo dorado y que se utilizó como pigmento en el arte y después en tintorería. Era muy apreciado en la antigüedad, de ahí el nombre «auripigmentum», que evoca el oro. Por tanto, esta línea de palabras sí que tiene que ver con el lujo de alguna manera. A su vez, «jalne» venía del latín «galbinus», color verde claro. Aquí habría una hipotética opción para «jandel» de lujo como transformación de «jalde» del oro.
Por otro lado, «gandir» es voz de germanía por «comer»» ya desde los diccionarios de dieciochescos e incluso antes. Así había dichos como «morcilla que el gato lleva, gandida va». Y el comer algo tiene que ver con el hartarse. Aparece otra posibilidad, pues: un cambio fonético que recogió mediante metonimia la idea de comida copiosa. Y también está «yantar», que significaba «manjar o vianda», y como verbo «comer». La «yanta» era la comida del mediodía, como en latín «ientare».
Pero definitivamente estamos antes expresiones de origen opaco. Para una correcta comprensión de los montañesismos, hubiésemos necesitado, al menos en el tercio central del siglo XX, unos estudios mucho más intensos y científicos. La ausencia de una facultad filológica representó un lastre, junto con la escasez de medios.
Lo olvidado se puede recordar; lo perdido no siempre se puede recuperar. La historia del Gran Cambio lingüístico cántabro está por escribir.
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