Genes de tardígrado y 10G
Ningún futuro es muy lejano cuando se dispone de un plan
China lleva casi ocho décadas sin perder de vista una fecha: el 1 de octubre del 2049. Quien ese día gobierne China –alguien que hoy ... tiene aproximadamente mi edad y acumula méritos mientras se desempeña en la alcaldía de una ciudad de tamaño medio, dirige un conglomerado industrial estatal o es secretario del PCCh de una provincia del interior–, saldrá al balcón de la puerta que da acceso a la Ciudad Prohibida –Tiananmen– y, desde ese mismo lugar en el que Mao Zedong proclamara un 1 de octubre de 1949 la República Popular China, celebrará los primeros 100 años de comunismo en el país.
Si en 1949, allí, Mao dejó para la Historia la frase de que China se había «puesto en pie» (y que hoy compone el estribillo de su himno nacional) poniendo fin a un siglo de debilidad geopolítica en manos de potencias extranjeras, desde hace casi 80 años el Gobierno de China trabaja denodadamente en que su futuro dirigente, ese día y para festejar el primer centenario de la RPC, pueda pronunciar estas palabras: «Hemos vuelto. El presente nos pertenece y nuestro destino no volverá a decidirse fuera de nuestras fronteras».
China sabe bien que el altruismo no existe en las relaciones internacionales y que, en el 'banquete geopolítico', quien no es comensal, forma parte del menú: ellos, víctimas de su propia irrelevancia, debilidad, invasiones extranjeras y ruina económica, estuvieron varias veces en el siglo XX al borde del 'Estado fallido'. Por eso, Pekín quiere que China sea, al alcanzar esa mágica fecha (20491001), la nación más poderosa, próspera y moderna del planeta, soberana digitalmente, tecnológicamente autónoma, energéticamente resiliente y con la suficiente capacidad de disuasión militar para recuperar la centralidad geopolítica de que disfrutó a lo largo de la mayor parte de los últimos 3.000 años. Fácil no lo tienen –no lo han tenido nunca– pero el país, cuyo PIB hace sólo 50 años era un 1% del estadounidense, ha superado el reto existencial de sobrevivir al colapso de su alma máter –la URSS– y, además, convertirse en una superpotencia que hoy rivaliza con EE UU.
Ningún futuro –los chinos lo saben bien–, es muy lejano cuando se tiene la suficiente paciencia para trocearlo en ciclos de cinco años, estableciendo metas claras, exigentes y ambiciosas (pero alcanzables), motivadoras y bien comunicadas para que, comprendiendo la utilidad de los sacrificios que exige cumplirlas, la ciudadanía se implique en su consecución. Los chinos saben que, ni para el auge ni para el declive, el futuro se hereda: se labra trazando planes que prevén obstáculos, crisis, tropiezos, sistemas de alerta temprana y respuestas de contingencia adecuadas para sortearlos.
Los chinos saben (porque han estudiado su propia Historia y la de otros pueblos) que la única garantía que ofrece el futuro son ciclos recurrentes de auges y declives, de bonanza y carestía y que las civilizaciones –como las personas– no se salvan esperando que la tormenta amaine, sino aprendiendo a capearla. Por eso, mientras nos acercamos –ellos y nosotros, todos– al futuro, a una velocidad de 60 minutos por hora y a un ritmo de 12 meses al año, cada vez que veáis esas imágenes de los dirigentes del Partido Comunista Chino reunidos en Asamblea plenaria, vestidos y peinados de manera parecida, homogénea, seria, sosa y hermética, pensad en una enorme reunión de 'gestores de proyectos', arquitectos del destino de la nación china, convencidos de que el futuro no se improvisa, se diseña y que son múltiples los porvenires posibles que les aguardan: algunos luminosos, otros inquietantes, pero todos modelables por las decisiones que hoy tomen y los planes que ejecuten.
Es hora, pues, de ir olvidándonos de los dragones, los pandas, los farolillos rojos y del resto de lugares comunes que componen el imaginario habitual de China en las mentes occidentales. El nuevo símbolo de China tal vez sea un mosquito… pero con GPS, cámara y alas biónicas: un microdron biomimético silencioso e invisible al radar.
Y es que el país avanza a toda velocidad sin mirar atrás para convertirse en la fuente de innovación más alucinante del planeta: desde bombas de grafito que 'apagan' ciudades sin dañar edificios, hasta flotas de cientos de miles de vehículos voladores autónomos, chips que piensan a la velocidad de la luz, baterías nucleares del tamaño de una moneda que desafían los límites de la autonomía energética, desiertos reconvertidos en inmensas plantas solares, megafábricas sin operarios humanos o ciudades inteligentes que se autogestionan, satélites láser que mejoran la resiliencia climática y la agricultura de precisión, fotosíntesis artificial orbital para crear oxígeno y combustible en el espacio, robots bomberos y mineros equipados con IA y 5G para operar autónomamente en condiciones extremas, bases de datos lunares y estaciones submarinas que procesan cantidades inimaginables en el frío silencioso del fondo marino, redes 10G con latencias de 3 ms., chips fotónicos del tamaño de un grano de sal para procesar datos a la velocidad de la luz usando redes neuronales ópticas o soldados resistentes a la radiación nuclear gracias a que su ADN incorpora genes de tardígrado ¿Ciencia ficción? De momento es una estrategia nacional. China no vive en el futuro: China vive en el presente, pero tiene la mirada puesta en el 2049. Los que vivimos en el pasado somos nosotros. Pero el siglo XX hace 25 años que terminó y no va a regresar.
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