Esta unión que no es unión
¿Cómo vamos a defender lo que ya tenemos?
Tras un cuarto de siglo sin poder acudir, por fin, la semana pasada tuve la oportunidad de asistir al ciclo de charlas en torno al ... futuro de Europa que dirige Josep Borrell en la UIMP. La espera mereció la pena: cinco días escuchando conferencias de primer nivel y máxima actualidad geopolítica, reflexiones lúcidas, debates estimulantes… con un postgusto entre agriamargo y lúgubre que no deja mucho margen al optimismo. El título del ciclo –'Quo vadis Europa'– no puede resultar más elocuente: Europa enfrenta el momento de mayor vulnerabilidad de su Historia. Nadie duda de que la UE es un éxito monumental —nunca tanta gente ha disfrutado tanta paz, seguridad, prosperidad y libertad durante tanto tiempo como en esta parte del mundo desde hace 50 años— pero, al mismo tiempo, ese mismo bienestar nos ha vuelto complacientes y sólo hace poco caímos en la cuenta, con pavor, de que, en palabras del propio Borrell , «hemos construido un magnífico jardín botánico… en el interior de un parque jurásico». Confiando en que estos se fueran a extinguir solos, no hemos previsto verjas ni tapias que nos defiendan de los tiranosaurus que nos rondan. La geopolítica, el lenguaje del poder, la guerra, la amenaza, la revancha y el chantaje han vuelto para quedarse y a los europeos nos ha pillado adormecidos y con los músculos entumecidos. Mientras Rusia bombardea a pocos kilómetros de nuestras fronteras y China avanza con un aplomo que asusta, EE UU, antaño socio, aliado y padrino, nos recuerda a diario que cuanto mayor es la amenaza, mayor es nuestra dependencia de un protector titubeante y caprichoso. Nos guste o no, esa es la foto.
Nada nuevo, en realidad: desde 1945 nuestro destino no está en nuestras manos. Energía de Rusia, seguridad de EE UU, bienestar material de China. En un mundo cada vez más multipolar, caótico y transaccional, donde la interdependencia ya no es sinónimo de prosperidad sino de vulnerabilidad, la UE enfrenta un dilema existencial: ¿cómo protegemos nuestro proyecto de paz?, ¿cómo avanzar en la integración política en un mundo que se desintegra? El único líder europeo que está pensando seriamente en el futuro de Europa –por visión estratégica y porque su poder se lo permite– ya lo dijo en la Sorbona hace más de 8 años: «No podemos ser tímidamente europeos, porque si lo somos ya hemos perdido». Pero lo cierto es que estamos anestesiados, somos reacios a asumir que EE UU vira hacia Asia (lo viene anunciando desde hace 25 años) e incapaces de aceptar que Trump no nos considera aliados. Vivimos en una ficción. Seguimos habitando un mundo que ya no existe en el que Europa aún es una superpotencia, pero hace ya un siglo que Ortega y Gasset, en 'La rebelión de las masas', anunciaba que no mandamos en el mundo. El mismo filosofo auguraba, irónicamente, que «Europa se hará cuando aparezca la coleta de un chino por los Urales». Ay.
La UE –esa unión que no es unión– nació como un proyecto de paz, un club que se alimenta de mercados comunes, estudiantes Erasmus y vuelos low-cost a Berlín, a Roma y a Santorini. Debemos enorgullecernos de ser la mayor y mejor 'comunidad de derecho' del mundo. Pero ese superpoder regulador no detiene tanques, ni genera innovación disruptiva, ni sirve para proteger cables submarinos. Somos un gigante económico, un coloso normativo… y un enano militar: sólo el 15% de nuestros sistemas de defensa son fruto de cooperación europea. El resto, duplicidades y despilfarros. Francia, potencia nuclear, no quiere compartir su paraguas atómico. Alemania duda y, mientras Hungría hace un uso chantajista del veto, las economías de los países miembros limítrofes con Rusia están en guerra. Decimos que hace falta gastar más, pero la verdad es más incómoda: necesitamos gastar mejor y juntos, crear campeones europeos de defensa, europeizar la cadena de suministros militares y disponer de un mando único. Sin ir más lejos, el presupuesto agregado de defensa de Francia y Alemania supera al de Rusia. La UE podría ser la segunda potencia militar del planeta si simplemente coordinara lo que ya tiene, pero no somos un Estado, ni una federación, ni una unión política real. Somos una aspiración. Una esperanza (nada más y nada menos) cuya promesa se topa una y otra vez con intereses nacionales, siempre por encima del interés común.
Mientras Ucrania se debate entre dos destinos – el malo y el muy malo–, su padecimiento nos ofrece el espejo más cruel de nuestras debilidades: el 20% del esfuerzo bélico de Putin lo sigue financiando, tres años después, la propia UE al comprar gas ruso. Y, mientras los ciudadanos más privilegiados del planeta afrontamos el futuro con inquietud, discutimos la cooficialidad de lenguas minoritarias, sin respondernos a la pregunta existencial de cómo vamos a defender lo que ya tenemos y qué estamos dispuestos a renunciar por ello. Esas son las crudas conclusiones tras una semana escuchando a los expertos: 1. Esto va en serio 2. No podemos ser ingenuos sobre lo que se avecina para Europa 3. Nada hace prever de dónde vendrá el peligro, pero el cambio no va a ser pacífico y 4. Si nosotros no lo hacemos, otros decidirán por nosotros. Se impone el principio de realidad.
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