106.173 razones y 42 oportunidades
La cifra primera corresponde a los abortos practicados el año pasado, y la segunda, a los métodos anticonceptivos gratuitos que existen
Es bueno hablar del aborto para aportar entre todos nuestro punto de vista sin caer en el confort de considerar, por ejemplo, que hoy es ... admitido socialmente y no hacer mucho más, porque no es exactamente así: existen 106.173 razones para disentir, tantas como abortos realizados el año pasado, y 42 oportunidades para evitarlos, tantas como métodos anticonceptivos gratuitos existen, y todo ello merece análisis permanente aún reconociendo que si ha asomado estos días la curiosidad es porque le conviene a una formación política determinada mientras percibe todavía la pistola humeante de la discusión que tapa una buena parte de las vergüenzas que conviven a su alrededor.
Es bueno poner al descubierto nuestro desconcierto como sociedad, el egoísmo repugnante y el olvido de mandamientos del derecho natural persiguiendo el comportamiento más antinatural conocido: la muerte de un ser cuyo corazón late acelerado y pleno de ilusión por vivir. Eso sin entrar en otras consideraciones sociales, demográficas o religiosas que nunca debieran de ser olvidadas. Los preceptos morales no se consensúan: se defienden, se pelean o se aplican.
Parece increíble que, existiendo 42 métodos seguros anticonceptivos, tengamos que soportar y pagar que una serie de mujeres, después de una noche de descuidos y de cierta inmadurez, queden embarazadas contra su voluntad. Y a alguna de ellas eso le ha sucedido hasta siete veces según datos conocidos.
Estos días, a partir de unas declaraciones un tanto espesas del alcalde de Madrid, siempre hasta ahora tan sensato, se suscita la duda de hacer conocer a las mujeres que desean abortar la existencia de un síndrome postaborto. Quizá se les pueda comentar con libertad lo que le sucedió a Diana, a Sara, a Sofía, a María del Carmen, o a Angustias, por si les es de utilidad. Les cuento:
Se llamaba Diana, un nombre premonitorio, porque era el centro de los dardos afilados de la vida y de todos los golpes de un salvaje, de un hijo de perra.
Le atendí como médico hace ya muchos años. Era una joven morena, pálida y ensangrentada en la que, al explorarla, aprecié una fractura abierta de huesos nasales con desplazamiento y una probable afectación en vecindad, que luego se confirmó radiológicamente como una fractura de suelo de órbita. Además, presentaba múltiples hematomas. «Caí por una escalera», dijo, pero después de insistir llegó la confesión: «me pegó mi marido», admitió. Un minuto después, llamada al juzgado de guardia y al quirófano y continuó mi labor.
Aproximadamente a las dos horas apareció el animal/marido de Diana a la salida del quirófano diciendo: «¿cómo puede haberme denunciado si la tengo 'costeá'?». En la jerga gitana, tener a una mujer 'costeá' significa tenerla alimentada, bien vestida y enjoyada. Le expliqué que no había sido ella quien le denunció, que fui yo, y automáticamente lo puse, ayudado por los guardias de seguridad, de patitas en la calle entre insultos y amenazas a voz en grito. Amenazas por cierto que me obligaron a guardar mis espaldas durante meses.
Un día determinado, Diana acudió de nuevo a la consulta y explicó que estaba embarazada y que quería abortar. Yo, al escucharle, le sugerí que no se precipitara, que se aconsejara con su familia y con los servicios sociales porque había muchas ayudas y que luego tomara su propia decisión en libertad.
Tiempo después volvió como si hubieran transcurrido 20 años. Apareció ante mi una mujer mayor, obesa y alcoholizada, lamentando haber tomado aquella decisión en su momento.
Así fue la historia, y así se la he contado. Su marido fue condenado a cuatro años y ella destrozada. Sinceramente, creo que cumplí con mi deber pero no sé si le hice un gran favor a Diana. Probablemente no.
También conocí a lo largo de esos años a Sara, a Sofía, a María del Carmen, a Angustias… con historias similares y varias de ellas sumidas después en una profunda depresión.
No es malo que mediten sobre ello los que nos gobiernan en lugar de pensar en incorporar a la Constitución una adenda que reconozca el derecho de la mujer al aborto cuando se defiende en ella específicamente nuestro derecho a la vida. ¿Habrá contradicción más evidente y terrible? Que lo piensen y entenderán que no todo vale en política.
Esas 'historias/Diana' que hemos tratado de contar, reproducidas a los oídos de una mujer que está pensando en abortar, no parece que le hagan ningún daño y si le han servido de algo, pues… ¡Bendito sea Dios!
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