Machote birria abusón
Donald Trump, el presidente electo de EE UU, ha sido capaz de batir el récord de conseguir el mayor desprestigio de un gran país en el menor tiempo posible
La última semana, en la página siempre buscada de los domingos en este querido DM con la opinión de Manuel Ángel Castañeda, aparecía en su ... vecindad, como sucede habitualmente, el artículo de Menéndez Llamazares dedicado esta vez al machote, ese delicioso pescado tan nuestro que no vive fuera de nuestros mares y cuando lo hace cambia incluso de nombre por respeto. Una exquisitez, como nos comenta el periodista, que le atribuye además –metiéndose acertadamente en honduras–, propiedades que refuerzan la memoria.
Si lo mencionamos, es porque queremos llevar la palabra 'machote' a su justo y noble significado de: valiente, fuerte, aguerrido o justiciero, que de todo eso tiene su acepción. Una palabra reservada para la épica, una especie de Zelensky, que efectivamente está representada muy bien por el presidente de Ucrania, ese hombre menudo que perdió hace años la corbata y su sonrisa de comediante para luchar contra los caprichos de un sátrapa ruso, usurpador e imperialista, émulo de Stalin o de Kruschev que tanto hielo fabricaron en el siglo XX desde el Este de Europa.
Aunque hoy, si lo mencionamos, es porque esa palabra también puede ocultar a veces a un impostor, una especie de 'machote birria abusón', que solo se manifiesta si tiene un oponente débil o se encuentra protegido por un equipo de primos de Zumosol que le rodean mientras él es capaz de ver rápido las debilidades del adversario. Un individuo desagradable e insultón que sólo merece que encuentre con rapidez dentro y fuera de su país, la horma de su zapato.
No se si Vds. estarán empezando a entender que me estoy refiriendo a Donald Trump, el presidente electo de EE UU, que ha sido capaz de batir el récord de conseguir el mayor desprestigio de un gran país en el menor tiempo posible. Un remedo de actor de bodevil que parece sacado de la viñeta de un cómic. Él representa muy bien la astracanada y la estafa. La astracanada de querer invadir Groenlandia por la mañana, someter a Canadá por la tarde, mientras su amenazante figura se bebe o quiere beber el Canal de Panamá por la noche como botellón de sus caprichos.
Y la estafa que supone el haber creído firmemente en él, tal y como a mí mismo me sucedió, en el ciego afán de no creer en Kamala Harris ni en ese partido demócrata representado por Biden y su arteriosclerosis galopante. No me gustaba su proyecto de vida en América, ni su proyecto económico ni su espíritu universitario, sobre lo que nada entendía. Un poco como cuando Pablo Neruda quiso ser presidente de su país y en los mítines le decían «¡poemas, poemas!», que era de lo que entendía y lo que la gente quería oír y que se olvidara de otras cosas. Y naturalmente no le votaron ni le eligieron.
El miedo al socialismo en la nación más fuerte del mundo en cuyo espejo queríamos mirarnos nos hizo confiar en este individuo de pelo teñido que ya apuntaba maneras con sus astracanadas que no quisimos mirar ni ver en su campaña electoral que ya tenía un tufillo racista y autoritario que no era tan difícil de descubrir.
Ahora el mal de su elección está hecho y el mundo tiene inevitablemente que cargar con las consecuencias y tratar de lidiarlas. El problema es que se necesitarían líderes que no tenemos y, sobre todo en Europa, se paga muy cara esa ausencia. Aquellos Adenauer, De Gaulle, Willy Brandt, Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Tony Blair, Felipe González… no todos europeístas pero con personalidad suficiente, desgraciadamente irrepetible, para haber podido responder y negociar adecuadamente las políticas arancelarias amenazantes de Trump que ahora tendremos que sufrir con resignación cristiana –el cristianismo está entre los valores fundacionales de Europa–, mientras poco a poco se demostrará que estas políticas intervencionistas conducirán inevitablemente a una crisis económica de incalculables consecuencias.
Mientras, en España, seguramente azuzado por ese antiamericanismo tradicional de comunistas y verdes que ahora forman parte del Gobierno, el presidente Sánchez adopta una posición anti-Trump que podría ser razonable. Y que en un momento dado sería la única política aplicable para un socio que alberga bases americanas cediéndole soberanía y alojando ojivas nucleares en submarinos en sus aguas con el riesgo consiguiente de que, además, le hace pieza codiciada en el espíritu terrorista del fundamentalismo islámico.
Pero es que nuestro presidente, en su política exterior –también en la interior–, nos hace siempre dudar de sus pretensiones y desconocemos sus objetivos. Recordemos Marruecos y el Sahara. A ver si resulta que para una vez que acierta no se lo reconocemos… sería una buena burla.
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