Jóvenes y botellón
Habría preguntarse hasta qué punto la gran preocupación generada por el fenómeno viene motivada por los riesgos de salud de los jóvenes, o por otro tipo de intereses
Periódicamente, el ocio nocturno juvenil pasa a ser noticia y generar alarma social cada vez que surge algún incidente mediático, mientras se descuidan otros riesgos ... crecientes como las 'adicciones sin sustancia' (abuso de las pantallas, apuestas on line…)
Si consultamos los estudios sociológicos, nos llevaremos algunas sorpresas, como que –en las últimas décadas– viene descendiendo el consumo de alcohol entre los jóvenes y creciendo el porcentaje de abstemios y de aquellos que salen 'poco o nada' por la noche
Esa distancia entre la percepción social y la realidad de los datos se evidencia en el fenómeno del botellón: según investigaciones en distintas zonas del país, los porcentajes de jóvenes que lo practican con frecuencia no superaría el 10%. Y los que lo hacen ocasionalmente se mueven entre el 25% y el 40% –mismo porcentaje al de los jóvenes de Santander que ha participado en La Noche es Joven–, mientras un 60% nunca practica botellón. De hecho, cabría preguntarse hasta qué punto la gran preocupación social generada por el fenómeno viene motivada por los riesgos de salud de los jóvenes, o por otro tipo de intereses en conflicto, como las molestias vecinales o la 'competencia' que supone para el sector hostelero.
Los jóvenes no beben más que los adultos, pero lo hacen de otro modo, vinculado a la 'fiesta' del fin de semana. El botellón supone para ellos un 'ritual de tránsito', con el atractivo añadido de lo prohibido. Un espacio propio y autogestionado donde poder socializar y 'ligar' de una forma más barata y agradable que en el disco-bar: sin masificación, eligiendo la música y su volumen, y evadiendo todos los controles que les impone el 'mundo adulto y oficial': parental, de horario y ruido, de edad de consumo…
Lamentablemente apenas tienen percepción de los riesgos asociados: además del peligroso 'atracón' o binge drinking –máxime si va vinculado a menores de edad– habría otros: violencia y problemas de orden público o medioambientales (suciedad y ruido), intoxicaciones, accidentes de tráfico, sexo no seguro, absentismo escolar…
Más que pretender erradicarlos (lo cual es – por otro lado– una entelequia) resulta primordial tratar de minimizarlos. Ello requerirá de intervenciones coordinadas por parte de los distintos actores sociales implicados: poderes públicos, sociedad, sistema educativo... Sin olvidar al principal: la familia (los padres a menudo se muestran muy intolerantes con la juventud, pero muy permisivos con sus hijos : «Los míos no son así»).
Y las estrategias deberán combinar medidas sancionadoras y punitivas, con otras de carácter preventivo y de promoción de hábitos saludables. Debido a la complejidad del fenómeno, las puntuales y meramente represivas pueden resultar ineficaces. Ejemplo: se prohíbe el botellón en un lugar y se traslada a otro; se controla la edad de venta y los menores encargan la compra al amigo mayor de edad…
Tampoco resulta eficaz para intervenir con los jovenes –quienes rehúyen la hipocresía social–, el hacer del botellón un arma electoral, o el incriminar y estigmatizar a un colectivo cuyas prácticas alcohólicas no son sino la consecuencia lógica de una permisividad –e incluso tendencia– del mundo adulto hacia el consumo, algo que los jóvenes vienen 'mamando' –nunca mejor dicho– desde niños.
Por último, cabría dirigirse a la juventud usando la metáfora de la 'fiesta del fin de semana': ellos saben que, para que una fiesta 'salga bien' ha de cumplir varios requisitos: un ambiente cálido y amigable (problema de violencia juvenil), un uso responsable del alcohol (problema del poli-consumo); un respeto de los invitados hacia la casa del anfitrión (problemas de gamberrismo y suciedad); un volumen controlado para evitar que aparezcan vecinos (problema de ruidos), un comportamiento responsable al conducir (problema de accidentes) y – en su caso– de practicar sexo (problema de sexo no seguro)...
Aquellas fiestas que contemplen estas cuestiones serán satisfactorias, aunque siempre suele aparecer el típico 'aguafiestas' que no respeta alguna de ellas, pero no resultaría justo culpabilizar a todos los asistentes por la irresponsabilidad de unos pocos. Aplicado a la fiesta del fin de semana, los propios jóvenes harían bien no siendo condescendientes con esa minoría de 'aguafiestas' que dan alas a quienes generalizan y estigmatizan sus estilos de vida ¡Y que todos tengamos la fiesta en paz!
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