El espíritu de la Transición
La lección que dimos los españoles tras la muerte de Franco debe servirnos de guía para el presente
El próximo jueves, día 20 de noviembre, se cumplen cincuenta años de la muerte de Franco. Toneladas de papel se han cubierto de tinta para ... analizar la dictadura y muchas menos para valorar la Transición, que fue el paso de un régimen totalitario a una democracia plena. Aquel «milagro» de salir de la dictadura y alcanzar el gobierno del pueblo, sin muertes ni exilios ni cárceles, fue posible por el acuerdo entre los franquistas, que tenían todo el poder, y los comunistas y socialistas, que aspiraban a la libertad. Al entendimiento entre dos formas de entender la política completamente divergentes se la ha denominado el espíritu de la Transición.
La lección que dimos los españoles tras la muerte de Franco debe servirnos de guía para el presente. La democracia fue posible por la renuncia de determinados planteamientos maximalistas por parte de todos y al acierto de mirar al futuro, en lugar de empantanarse en el lodo de los errores y crímenes del pasado.
Franco había tejido toda una red de seguridad para que su régimen continuara. Las colas de españoles ante el féretro del dictador servían de pretexto para sostener que el pueblo quería el continuismo. La decisión del Rey Juan Carlos y el convencimiento de la derecha y la izquierda en la necesidad de que España se convirtiera en una nación democrática, fueron la fuerza que permitió la metamorfosis del país sin graves traumas.
Cincuenta años más tarde es fácil menospreciar aquel esfuerzo por restañar heridas, por dejar a un lado lo peor de la historia para encarar el futuro con un horizonte de concordia y de prosperidad. Los hechos demuestran, medio siglo más tarde, que la llegada de la democracia y la estabilidad trajeron a los españoles la etapa de mayor bienestar, en una sociedad libre y plural.
Ver en el parlamento español a Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri junto a Manuel Fraga o José María de Areilza fue ver la imagen de una España en la que era posible el enfrentamiento político dentro de las reglas de juego de la libertad y el respeto. La centralidad que aportó la UCD de Adolfo Suárez consiguió la meta de asentar las libertades, en un entorno económico claramente desfavorable. Los españoles dieron una lección de madurez a todo el mundo. A países que seguían viendo a España como si Franco siguiera vivo y sin creer en la posibilidad de que se lograra una nueva etapa de gobierno desde la ciudadanía.
Los españoles dimos una lección de serenidad y buen criterio en las primeras elecciones, en junio del año 1977. Ante una multiplicidad de opciones, lo que se denominó «la sopa de letras», los votantes eligieron a los partidos que ofrecían estabilidad, a líderes de evitarían extremismos y a siglas con rostro humano. Los extremistas de derecha e izquierda quedaron fuera del parlamento y con aquellos comicios se forjó un sistema político capaz de ponerse al servicio de los españoles y no a la sombra de sus propios intereses.
En el presente es necesario recuperar el equilibrio. Las dos grandes tendencias imperantes en la sociedad española tienen el deber de entenderse en asuntos de estado y no dejarse arrastrar por las corrientes más extremistas. En la historia de este último medio siglo hemos visto ejemplos de esa generosidad y de los beneficios de una clase política alejada de permanente confrontación.
Resulta imprescindible que el prestigio de la actividad política se recupere. El espectáculo que ofrecen algunos diputados, alcaldes, ministros, etc. resulta desalentador y aboca al descrédito de una tarea que debería estar muy valorada.
La permanente evidencia del escaso control del gasto público añade al descrédito un agravante. Peor aún es la constante aparición de escándalos en los que queda demostrado que una parte, aunque sea minoritaria, de los dirigentes roban dinero del presupuesto o utilizan sus cargos para propio beneficio de sus familiares y amigos. Un somero repaso a estos cincuenta años de democracia, demuestran que, con gobiernos de derecha o de izquierda, siempre se han acometido hechos absolutamente reprobables. Tal parece que la corrupción esté en los genes de quienes resultan elegidos para formar parte de los gobiernos en sus diferentes escalas.
Los españoles debemos percibir con claridad un cambio en estas prácticas corruptas y asistir a acuerdos entre los dirigentes que redunden en una mejora de la vida de los ciudadanos. España tiene que recuperar, al menos una parte del espíritu de la Transición que permitió terminar con el totalitarismo e iniciar una etapa de libertad y prosperidad.
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