Otro estilo de vida es posible
Necesitamos el compromiso en un mundo de desvinculación, de relaciones líquidas, sin continuidad
La espiral del silencio es una clásica teoría que afirma que hay ideas, verdades en la sociedad, que se introducen en la dinámica de la ... espiral con la intencionalidad de que pierdan su viabilidad y que hace que quienes las sostienen no las presenten, ni las defiendan, por el miedo a quedarse aislados o a ser rechazados.
Por ejemplo, el hecho de la proliferación de medios de comunicación, que estemos todo el tiempo conectados al móvil, que tengamos acceso inmediato a las noticias, no implica que estemos más informados, que tengamos mejores criterios a la hora de valorarlas. Es probable que al final acumulemos mucha información con un mayor riesgo de ser manipulados. Aunque estamos siempre conectados, nos sentimos solos. La soledad comienza a ser epidemia en los países desarrollados.
Necesitamos el compromiso en un mundo de desvinculación, de relaciones líquidas, sin continuidad. Los vínculos se rompen por menos de nada entre los amigos, entre los novios, entre los padres y los hijos, entre los esposos. Está patente en el discurrir diario de la vida. La pornografía se ha banalizado y padecemos sus dañinas consecuencias. El consumismo nos llena por fuera y nos vacía por dentro. El ejercicio físico exagerado no nos asegura ganar en autoestima y a veces produce importantes perjuicios.
El impacto de la desorientación que generan determinadas ideas y corrientes sociales, incluso formas de vida, produce un efecto del que debemos estar alerta: la desconexión con la realidad. Una desconexión que no sólo no nos hace más felices, sino que nos produce una mengua de libertad.
En un mundo como el nuestro en que el discurso cristiano ha dejado de ser atractivo para los intelectuales de Occidente y la influencia de la Iglesia ha descendido considerablemente tanto en la política como en el ámbito de la cultura, quizá ha llegado el momento de vivir de verdad como cristianos. Porque en la cultura socio-históricamente católica no son pocos los que tienen una imagen del cristianismo muy distorsionada. No les importa reconocer que la religión católica forma parte de la raíz de nuestra cultura occidental, pero que no tiene nada interesante que aportar a su forma de vivir. Hablamos de una raíz que se ha secado y se ha convertido en una reliquia
Hay también quienes ya han nacido en un contexto social y familiar en el que el cristianismo parece una forma exótica de vida. No les preocupa la dimensión religiosa de su vida, entre otras razones porque tienen suficiente con el paradigma cientificista y con la cultura del ocio y el entretenimiento.
Demostrar que el cristianismo satisface las necesidades espirituales de la persona y tiene mucho que decir, no es fácil. Estaría bien apostar por vivir como si Dios existiese. Porque la fe cristiana aporta felicidad, alegría, respeto y entrega a los demás. Vivir en relación con Dios no sólo acabaría con determinados problemas sociales y personales, sino que haría posible una sociedad tolerante, solidaria, libre, que perdona y que comparte. El cristianismo puede ayudar a configurar sociedades basadas en el amor, la comunión y la donación de sí mismo
Fernando Vidal, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, ha propuesto cuatro líneas transversales que los católicos deben asumir para renovar su compromiso en la vida pública:
1. La Renaturalización: implica reconectar con la realidad de la vida y la muerte, con la naturaleza que se ha «desertizado» en nuestras ciudades. Esta desconexión lleva a la fantasía de un mundo artificial y a la pérdida del sentido de la realidad y del otro. La renaturalización busca recuperar espacios públicos y la capacidad de las parroquias para ser «plaza» de encuentro comunitario.
2. La gran Revinculación: frente a la «gran desvinculación social» impuesta por el neoliberalismo, que ha precarizado las relaciones hasta en el ámbito familiar y comunitario, es urgente «volver a crear comunidades de todos para todos». Se debe fomentar la conversación y la «amistad de las diferencias».
3. La democracia sinodal: Más allá de una democracia meramente formal, la Iglesia ofrece la sinodalidad como modelo para acercar los lugares de decisión a la gente y para construir una «comunión social» que supere la desigualdad y la polarización.
4. La gran belleza: La belleza, a menudo relegada, es crucial porque reside en nuestras «mociones más profundas», en la armonía de las cosas. Fomentar el arte, el canto, la expresión desde el corazón, y levantar símbolos que «catalicen en cierto modo la visión de todos», como el «símbolo de lavar los pies» de Jesús, es fundamental para la «recivilización».
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