Esculturas
No es lo mismo vivir en un pueblo que en una ciudad. No es lo mismo una ciudad grande que una pequeña. No es lo ... mismo un clima cálido que uno en el que se te congelan los huesos. No es lo mismo el campo abierto que las montañas que te cierran la visión. No es lo mismo vivir tierra adentro que a la orilla del mar inabarcable. No es lo mismo crecer junto a un bosque que frente a una fábrica. Los lugares no tallan. Nos talla también la climatología. Poco a poco nos van modelando el carácter: más cerrados o más abiertos, más propensos al movimiento o a la quietud, más afables o más huraños, más confiados o más desconfiados, más generosos o más mezquinos, más flexibles o más rígidos. No es lo mismo pasar la infancia en una casa grande que en una pequeña, con luz que sin luz. No es lo mismo crecer con cariño que sin él, de espaldas a la naturaleza o bañándonos en la poza cristalina de algún río, con libros que sin libros, con mucho dinero o con poco dinero o con nada de dinero.
Nos vamos haciendo por rozamiento. Todo es una pura fricción. Un pedazo de piedra se va erosionando y aparece lentamente la escultura. Todos hijos de su madre y de su padre, sangre de su sangre. Todos hijos también de los lugares públicos y privados donde va sucediendo la vida, del frío o del calor, de los momentos históricos que a cada cual le toca vivir. No es lo mismo tener quince años en 1925 que 1985 o en 2025. ¿Serías la misma persona? Claro que no. Todo es un gran accidente. Lo que fuimos, lo que somos, lo que llegaremos a ser. Algo está en nuestra mano, pero quizá menos cosas que de las que llegamos a imaginar. Hay que pensarlo bien antes de pavonearse por algún mérito, quizás no nos pertenezca. Andamos sumergidos en corrientes que nos van arrastrando. Escribo está breve columna mientras diluvia. La lluvia que cae al otro lado de la ventana me va dando forma muy despacio. Nunca está terminada la escultura.
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