Anticipar el futuro
Deberíamos renovar la convicción de que la erradicación de la violencia de género pasa por seguir ampliando lo común
María Silvestre Carrera
Catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto
Martes, 25 de noviembre 2025, 07:18
Durante décadas, la violencia contra las mujeres fue considerada un asunto privado, casi íntimo, confinada al espacio doméstico y envuelta en silencios que parecían imposibles ... de romper. En el 50 aniversario de la muerte del dictador Franco, basta con recordar cómo vivían las mujeres bajo la dictadura y cuáles eran las orientaciones para ser una buena esposa. Sin embargo, una de las conquistas del feminismo y de la sociedad democrática ha sido precisamente la capacidad de trasladar la violencia de género a la esfera pública. Lo que antes se escondía tras las paredes del hogar hoy está presente en el debate político, jurídico y social. Y ese desplazamiento no es menor: es un indicador de madurez democrática y de comprensión colectiva de que las violencias machistas no son episodios aislados, sino manifestaciones de una desigualdad estructural que atraviesa nuestras vidas.
Un año más centramos nuestra atención, nuestra preocupación y nuestro activismo social y político en la denuncia de las violencias machistas que sufren las mujeres. Un año más los discursos, los relatos, las concentraciones y las manifestaciones parecen querer mostrar un gran consenso en torno a esta cuestión. No es desdeñable la existencia de un Pacto de Estado ni de todo un marco jurídico que establece medidas integrales contra la violencia de género y contra las desigualdades estructurales que sufren las mujeres. Las mujeres en plural, diversas y atravesadas por diferentes vectores de desigualdad como la clase social, el origen, la etnia, la edad, la orientación sexual o la discapacidad.
Se extiende cierto negacionismo y cuestionamiento de la legitimidad de la lucha feminista por la igualdad
Sin embargo, algo está cambiando con relación a los últimos años, se extiende cierto negacionismo y el cuestionamiento de la legitimidad de la lucha feminista por la igualdad y por el reclamo de vidas libres de violencias. Ya lo decían Susan Faludi o Simone de Beauvoir, que la reacción retrógrada a los avances del feminismo respondía muchas veces a las resistencias al cambio y que, por tanto, también podría interpretarse como la evidencia de que el cambio estaba agrietando, aunque solo fuera someramente, las estructuras. Aunque mucho me temo que asistimos a un movimiento pendular de retroceso del que tenemos que ser conscientes si no queremos que se instale como norma y como relato la 'ambigüedad', porque los datos siguen siendo terribles: mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, que sufren maltrato físico y psicológico, agresiones sexuales en el ámbito de la pareja y en el espacio público, acoso sexual y sexista… violencias machistas que son una constante y una manifestación expresa de la desigualdad estructural de género.
Lo estructural requiere respuestas radicales, en el sentido más profundo del término: respuestas que vayan a la raíz. No basta con atender las consecuencias; tenemos que intervenir en las causas. Si somos capaces de atacar la desigualdad, estaremos atacando también las violencias machistas. Si desmontamos los discursos y las prácticas que reproducen la subordinación de las mujeres, estaremos construyendo un terreno más seguro, más justo y más libre. Este proceso implica, necesariamente, una redefinición del espacio público. Supone entender que la democracia se juega también en la vida cotidiana, en las relaciones afectivas, laborales, comunitarias. Una democracia de mayor calidad es aquella que reconoce como derechos lo que antes eran responsabilidades privadas invisibles. Y aquí aparece otro desafío central de nuestro tiempo: la crisis de los cuidados.
Rebecca Solnit recuerda que los cambios son lentos, que las luchas van permeando los valores, las actitudes, las instituciones y también las resistencias. Su mirada nos invita a no desesperar: incluso cuando todo parece quieto, algo se está moviendo. Pero también nos interpela con fuerza cuando afirma que, si queremos que las cosas cambien, debemos empezar a actuar ya como si viviéramos en el mañana deseado, no se trata solo de imaginar el futuro, sino de anticiparlo en nuestras prácticas presentes, ser conscientes de que podemos participar en la construcción de un futuro todavía por definir, pero para ello hay que evitar la inercia y el inmovilismo.
Cada 25 de noviembre renovamos el compromiso de erradicar las violencias machistas. Pero también deberíamos renovar la convicción de que esa erradicación pasa por seguir ampliando lo común, por seguir ensanchando el espacio público, por seguir reivindicando que la igualdad, los cuidados y la vida digna no son asuntos privados, sino pilares de la democracia que queremos. Porque, aunque el camino sea largo, está por definir y debemos tener claro a dónde queremos llegar.
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