Tengo miedo, mucho miedo. Estoy tan asustado que se me está disparando el cortisol. Ya lo noto, la amenaza está ahí cerca. Solo quedan unas ... horas, pero su aliento se deja notar y mi ritmo cardiaco empieza a acelerarse. Hay que reaccionar. Inspiro profundo en cuatro, exhalo lentamente en ocho. Repito otra vez. Y otra. Pero, de momento, no me lo quito de la cabeza.
El síndrome del domingo por la tarde es terrorífico y quiero huir de él. Dicen los expertos que si te atrapa, el desánimo y la avalancha de pensamientos negativos pueden arruinarte lo que queda de fin de semana y, lo que es peor, que el lunes y el resto de días se conviertan en una tortura. Y no quiero que me pase. Tengo que hacerle frente. He leído que recomiendan no hacer nada, no cargar la agenda y quedarse en casa a descansar. Intuyo que eso se me puede dar bien. Dicen también que hay que dedicar quince minutos a planificar y poner el foco en otras cosas para así evitar el runrún dañino que puede deambular por la cabeza. Pues es lo que habrá que hacer.
Lo que sea con tal de esquivar el síndrome del domingo por la tarde. Si lo consigo, seguro que mañana tendré un lunes de fantasía en un paraíso llamado Cantabria donde el consejero de Educación y los sindicatos hagan por fin las paces, los plenos del Parlamento aporten algo más que lo de siempre, no haya listas de espera quirúrgicas y sí más recursos para la investigación, el Seve recupere los vuelos perdidos, el funcionario de Obras Públicas devuelva todo lo que se llevó, sigamos siendo la región con más financiación por habitante con el nuevo modelo, el tren vuele desde Santander a Madrid y a Bilbao, el turismo sea sostenible, la industria vuelva a florecer y el campo no se olvide (añadan ustedes al carrito que es gratis). Un lunes de fábula tras superar una tarde de domingo terrorífica.
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