Mármol rosa
El regalo de 1.700 millones a Cataluña rompe todas las bases del reparto equitativo y el sentido común, que son cualidades del olimpismo
Una vez arrinconado el 'doping' que en un momento determinado se supuso indisociable del deporte de élite convertido en un espectáculo de masas, los ... Juegos Olímpicos vuelven por sus fueros y a pesar de la ausencia de espectadores a consecuencia de este maldito virus e incluso con la indiferencia de la población japonesa ante los Juegos, el olimpismo emergió con fuerza de nuevo como hace cada 4 años -esta vez transcurridos 5- como un referente para el deporte, la competición y la convivencia. Otra vez el 'Citius, Altius, Fortius' y que la higiene y la salud deben de orientarse hacia la belleza.
Atrás queda la aristocracia militar de Esparta con la que nacieron los Juegos cumpliendo una estricta educación militar y deportiva de los jóvenes y atrás queda el impulso griego que ya no insiste tanto en lo militar valorando más la vida social e intelectual. A partir de ahí y sin la participación de la mujer fueron durante siglos evolucionando hasta lo que hoy son y representan desde que el aristócrata francés Pierre de Coubertin (1863-1937) convierte la práctica del deporte en «una encarnación de los valores democráticos, artífices de la concordia universal y heraldo de paz entre las naciones».
Se puede decir que la Inglaterra de finales del XIX y principios del XX fue un referente para el deporte. En ese momento la aristocracia y la burguesía británicas reglamentaron el fútbol, el rugby, el golf, el hockey y el críquet. Si el Reino Unido pone reglas a los espacios y los tiempos de las competiciones, Alemania introduce la noción de disciplina y estética del deporte y Francia fórmula su filosofía política con Pierre de Coubertin como figura visible y las mujeres incorporadas a la competición. Todo muy occidental proyectado al mundo.
¿Y si ensayamos un corte de mangas olímpico cada vez que Cataluña pida privilegios insolidarios?
Ya los romanos con Julio César y su sucesor Augusto habían valorado la influencia política del deporte. Pero en fin, hoy que ya se recupera el romanticismo ruso de Pushkin abandonando el dopaje como falsa conquista de la victoria y mirando a París con la esperanza para 2024 de «ei d'ir alá mina nai si non morro (he de ir allá madre mía si no muero», de Rosalía de Castro, sería bueno que recordáramos, para reivindicarlo, el espíritu olímpico de Barcelona 92 para rememorar todo lo que teníamos y lo que perdimos.
Fueron los días en los que el mundo nos descubrió y lo hizo con el sueño olímpico de Barcelona en una España moderna y nueva. Era la primera vez que percibíamos sobre nuestro pecho hinchado y orgulloso la admiración del resto del mundo que tanto nos había despreciado anteriormente.
La comunidad internacional que representaba el mundo olímpico nos descubrió de pronto -también por la Expo 92 de Sevilla- y se encontró con un país sorprendente, moderno, pleno de simpatía y solidaridad en la lucha contra el terrorismo e ilusionada con el disfrute de la vida y el trabajo en una democracia consolidada. Las medallas olímpicas y las del progreso y el desarrollo engrosaban nuestro estuche de reconocimientos y Barcelona era «la joya de la corona», nunca mejor dicho. Se habló mucho de la Barcelona de 1992 que enseñó al mundo una España moderna y nueva.
«Jamás pude imaginar que tendríais un aeropuerto tan fantástico con mármol rosa», me dijo en aquellas fechas un amigo australiano de visita en España, refiriéndose al aeropuerto del Prat. Tuve que decirle a Rob con franqueza que así no eran el resto de nuestros aeropuertos ni nuestras autovías ni nuestras autopistas, que las infraestructuras catalanas, su industria y su desarrollo no eran lo común, pero que por su esfuerzo y la aportación de todos los españoles habían logrado una prosperidad enorme y eran nuestro orgullo. «Sí, sí...», de pronto dicen intempestivamente, una vez más en la historia, que quieren estar solos y vivir independientes. Hipocresía al descubierto en muchos de los catalanes. Lo dimos todo y ahora este pago, y además la «España nos roba» plena de ingratitud.
Pues bien, ahora para conservar unos votos de la iniquidad otra vez mármol rosa y otra vez la misma historia ¿es qué no vamos a ser capaces de entender que quieren recibir y no dar y qué se quieren aprovechar de nuestra ingenuidad?
1.700 millones de euros para la ampliación del aeropuerto del Prat suponen esa misma cantidad de razones para la injusticia y el reparto insolidario. Como el título de una conocida novela americana, ¿donde irán los patos de Central Park cuando el lago se hiela?, ¿dónde irán los 1.700 millones cuando se encuentra helada nuestra convivencia?
Es verdaderamente humillante que el Gobierno de España se reúna de igual a igual con el Gobierno Autonómico de Cataluña y es muy triste que se anuncie una reunión inmediata sobre diálogo político con el referéndum encima de la mesa, pero el regalo de 1.700 millones para mármol rosa rompe todas las bases del reparto equitativo y el sentido común que son cualidades del olimpismo. ¿Y si ensayamos un corte de mangas olímpico cada vez que pidan privilegios insolidarios?
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