Un concierto en La Caseta
A la una de la tarde iba a empezar el concierto en La Caseta de Bombas. Por las ventanas, donde debía estar la bocana y ... Peña Cabarga, se veía en su lugar una mezcla blanquecina de bruma y lluvia. Era imposible diferenciar la bahía de Santander del cielo. El restaurante había colocado sus mesas alargadas de tal manera que una esquina del comedor estaba diáfana. Justo ahí, en una media luna perfecta, veinte hombres vestidos de azul esperaban la señal del director del coro. De pie estaban las voces, y delante, los músicos con sus guitarras y bandurrias, el acordeón, el clarinete, la mandolina. Los camareros servían en silencio y sus bandejas parecían de goma blanda en vez de metal. Era sábado, los últimos en entrar posaron los paraguas empapados y se sentaron. La bruma afuera era cada vez más densa. Entonces, la Agrupación Puertochico empezó a cantar.
¿Qué hace la música tradicional para que el pasado se haga presente en cuanto suena? ¿Por qué una canción transforma lo que somos en un homenaje? En la esquina del comedor donde a diario se sirven machotes, san martines o solomillos de tomate, las habaneras y las canciones marineras nombraron nuestra historia: el trino de la bandurria reprodujo la melancolía de los migrantes que salían de Cantabria para buscarse la vida, también el de los pescadores que se hacían a la mar para traer el pan a casa. Era posible imaginarlos en los barcos por la Bahía, la misma que se intuía al otro lado del cristal del comedor transformado esa mañana en sala de conciertos.
Uno puede pensar que La Caseta de Bombas solo es un restaurante, y que la Agrupación Puertochico solo es un coro, y sin embargo, lo que sucedió el sábado transformó el espacio y el tiempo y arrastró a todos consigo. La memoria no es solo patrimonio, es también nuestra expresión, una sensación de pertenencia que hay que preservar, y dónde mejor que en un edificio histórico donde los antiguos trabajadores del dique que salen en las fotos allí expuestas parecían cobrar vida con los aplausos entre canciones. Cuando el concierto terminó, Santander ya no era solo una ciudad. Desaparecieron los atriles, las mesas recuperaron su posición. Había reservas para comer a las 14.30 horas. Afuera llovía. Pero a todos nos cobijaba lo mismo al salir.
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