A veces es fácil pensar que las coincidencias tienen un punto mágico. Lo digo porque cuando una mujer quiere quedarse embarazada, no hace más que ... ver mujeres embarazadas, o cuando un niño quiere jugar al fútbol, no hace más que ver campos, y qué decir cuando quieres comprarte un coche y empiezas a ver ese modelo cada vez que sales a la calle, en todos los colores disponibles. No es coincidencia, ni mucho menos magia, que veamos lo que queremos ver cuando la apetencia nos abre los ojos: es nuestra voluntad que, como un francotirador, afina la mirilla y nos hace ver nuestro deseo.
Tengo una amiga que desde que le conté en qué consistía la invasión de los plumeros en Cantabria y cómo llegaron a nuestro suelo, el efecto que tienen en la flora (y fauna) de la región y su devastador aniquile, ahora dice que solo ve plumeros, cuando antes ni los percibía. O bien otra que hacía bromas sobre el tipo de chico que quería de novio y que si no tenía libros en casa, se iría por la puerta, y ahora cada vez que entra en una casa no puede evitar buscar libros en las paredes con esa connotación, aunque la casa sea de una tía abuela o de un consuegro. Hay pensamientos inducidos que se meten en la cabeza y adoptan la forma de una polea mental, y cuando eso pasa, es imposible hacer que las ideas y la visión giren en otra dirección que no sea la involuntaria, es decir, la más honesta si lo miras bien.
Si vemos subrayado algo a diario, ¿qué dice de nosotros entonces esa obsesión, lo que se nos ha metido en la frente? Yo veo un tren viejo y oxidado en la entrada a Santander por la S10 y no puedo evitar girar la cabeza en la curva para mirarlo, como si fuera a moverse al fin; de noche siempre veo una ciudad con luces que no iluminan y dan más sombra que luz; veo ministros de Transporte en Peña Herbosa altos como grúas pero no veo grúas en los apeaderos; veo motos aparcadas en los sitios de la OLA destinadas a los coches; veo bancos individuales clavados en las aceras; veo escaparates precintados; ventanas cerradas al ruido sin macetas. No es coincidencia, me digo cuando insisto en esa querencia por fijarme en lo mismo; es mi deseo de otra forma de progreso.
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