No se me va la imagen de la mente; las imágenes, en realidad. Porque el reportaje que publicó este periódico sobre el interior de la fábrica de Sniace y el abandono que sufre ... dio para varias instantáneas. Hay algo en el patrimonio industrial de esta región que nos confronta duramente con la idea de futuro que tenemos; es paradójico, lo sé, pero precisamente en ese choque de intereses es donde surge el camino que estamos trazando hacia el porvenir. Sniace cerró en 2020, pero ahí siguen sus vestigios, desvaneciéndose entre el vacío, los saqueos y un mañana productivo que no se acaba de concretar.
El reportaje escrito por el periodista Javier Gangoiti pone el foco en el vasto contenido que aún alberga la fábrica. Muchos verán esas montañas de papel como legajos inútiles, también los restos del laboratorio. Y quizá lo sean, pero no para los responsables de custodiar nuestra memoria como son el Ayuntamiento de Torrelavega o el Gobierno de Cantabria, pero también usted y yo como ciudadanos. Porque no se trata solo de la decrepitud de una fábrica abandonada, se trata también de los silbidos de Bridgestone, en protesta por el ERE anunciado como una sentencia cuando el delito no está claro, y se trata también de la Nissan, que esta semana ha comunicado 20.000 despidos en todo el mundo y ha hecho temblar la planta de Los Corrales.
El día que cerró Sniace había casi medio centenar de trabajadores. En las fotos del reportaje, imagino sus nóminas, los contratos, los encargos y las rutas de distribución, los planos de las máquinas, las ventas y los ingresos, el olor del laboratorio; imagino su paso por allí, sus horarios, su presencia de noche y de día, en esa mole de hormigón y acero: imagino la vida que le dieron a la fábrica y la fábrica a ellos cuando veo las fotos del reportaje. Porque eso va a quedar dentro de poco de uno de los grandes focos de nuestra industria, solo las fotos que salen en prensa, advirtiendo de lo que hacen los que se cuelan para robar lo poco que queda, como si profanaran una tumba. Algo de todos nosotros murió allí, en el Besaya, y lo que ahora queda en Sniace son nuestros restos: qué menos que mostrar respeto.
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