El horario es lo de menos
Realmente es un problema menor, dirán algunos. Y además, es un problema que se va a solucionar en cuestión de semanas o días o meses – ... con la Administración uno ya sabe que los tiempos son etéreos–, pero lo que ha sucedido en Santander con las bibliotecas es una fábula de la que podemos sacar varias lecturas. Desde hoy, martes, las bibliotecas municipales estarán cerradas por la mañana y van a abrir solo de 16.00 a 21.00 horas. Al parecer, el jefe de servicio pidió más personal cuando supo que quedarían siete vacantes y el Ayuntamiento ya trabaja en cubrirlas. Pero el horario es lo de menos.
Ni los libros ni la prensa van a caducar durante la mañana: no es como si cerraran las lonjas y tuviéramos que ir a las pescaderías por la tarde, con el hedor correspondiente en el Mercado de la Esperanza por el pescado metido todo el día en arcones entre escamas de hielo. Tampoco es lo mismo que si cierra Mercasantander por las mañanas, ¿verdad? La fruta, a fin de cuentas, llegaría más madura por la tarde, varias piezas pochas, con manchas grises de más y alguna mosquita diminuta sobrevolando la piel de la manzana, la punta blanda de los plátanos. Y qué decir del pan: aunque el olor de la masa recién horneada por la mañana sea lo más parecido a un milagro, las barras seguirán siendo doradas a final del día, aunque no crujan y estén gomosas.
A diferencia del resto de bienes de primera necesidad, los libros no caducan, no se pudren, no se llenan de gusanos, no dan asco ni huelen mal. No es tan grave que los lectores solo puedan ir por la tarde a la biblioteca porque los libros van a oler igual a cualquier hora del día. Además, tampoco se ponen blandos de la mañana a la tarde. Los libros pueden esperar. Y ahí está el problema, que nos lo hemos creído: hoy lo grave no son los horarios, sino que nunca veamos que lo perecedero en este tema somos nosotros y nuestra mentalidad.
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