La pasada semana, una amiga y su marido salieron a cenar en Santander. Viven cerca de un hotel donde su servicio de restaurante es una ... opción socorrida a última hora. Eso hicieron esa noche. Sin embargo, por primera vez, no les dejaron sentarse. Las puertas de la cafetería del hotel dan a la calle y el local siempre está lleno de gente que pasea por el centro y entra a consumir en ese espacio durante todo el día. Pero esa noche, las mesas que quedaban vacías, les dijeron, solo las podían usar los huéspedes que se alojaban allí. Y a ellos, que son vecinos y clientes desde hace años, no pudieron sentarse. Sorprendidos, abandonaron el local. El hotel es un lugar privado, una empresa que gestiona sus recursos y su negocio como quiere, pero la anécdota que me contó mi amiga me dejó pensando hasta qué punto los espacios donde convivimos se están llenando de turistas y cómo esto nos está dando codazos para hacerse hueco y asentarse.
Que se lo digan a los jóvenes que se quieren independizar y buscan un piso de alquiler, o a los estudiantes e investigadores de la Universidad de Cantabria, lo 'fácil' que es encontrar un piso de larga estancia, porque cada vez es más habitual que les ofrezcan un contrato de arrendamiento solo de septiembre a mayo. De nuevo, los propietarios son dueños de su inmueble y de su voluntad, faltaría más. Y como en el caso del hotel, cada uno gestiona y hace con su propiedad lo que considere. Por eso, el debate que tenemos que enfrentar no está solo en qué hacemos cada uno con lo que poseemos, sino el efecto que esto tiene en lo que es de todos.
A pesar de que el tren y el avión ponen difícil llegar a nuestra región, el turismo climático no ha hecho más que empezar. Este verano volverán las colas, la masificación en zonas costeras, pero también la riqueza generada por ese éxito estacional. Y ahí está la clave, en la estacionalidad: Cantabria existe el resto del año, no solo en verano, y los cántabros también existimos en verano en nuestras casas y queremos seguir utilizando nuestros servicios, nuestras playas, los cafés, los aparcamientos subterráneos, los restaurantes, y habrá que hacerlo compartiéndolo con los visitantes. No sé cuál es la clave para convivir y entrar todos, pero desde luego cerrarnos las puertas a nosotros mismos no parece el mejor método.
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