Otro hundimiento
La última vez que Vital Alsar visitó Santander fue en 2018. Usaba una especie de andador, y verlo apoyado para moverse causaba la misma impresión ... que ver a un barco navegar con flotadores. Aún así, subió hasta La Magdalena para ver sus galeones y la balsa. Allí concedió una entrevista a este periódico, y entre proyectos de futuro y promesas para salvaguardar el pasado, me contó que cuando era pequeño podía ir desde su casa en el Barrio del Rey de General Dávila hasta La Maruca saltando sobre las tapias y los muros de piedra. Pensé en la leyenda de esa ardilla que podía cruzar España de encina en encina al imaginarlo buscando el mar. «Cuídame estas balsas, las tienen que ver tus nietos», me dijo. Y mi manera de cuidarlas fue escribir sobre ellas.
Dos años después, Vital Alsar murió. Desde entonces, su memoria y sus anécdotas se empezaron a hundir, sobre todo cuando la actualidad convierte esa metáfora en un hecho: este pasado fin de semana se ha hundido La Marigalante. Era la embarcación que el aventurero cántabro construyó para cruzar hace cuarenta años el Atlántico, desde Veracruz hasta Santoña, en homenaje a Juan de la Cosa. La Marigalante se usaba en la actualidad para dar paseos a turistas en Puerto Vallarta, en México, pero hace unos días, durante una de sus salidas, tuvo un fallo en el sistema de bombas que extraen el agua; la tremenda tormenta tropical que caía no ayudó, la nave empezó a hundirse y no consiguió llegar a puerto.
Los fallos suelen tener una explicación y el de La Marigalante al parecer fue técnico; sin embargo, el fallo de los galeones de La Magdalena es más complejo, lento y exasperante de explicar aunque tenga el mismo nombre: hundimiento. A pesar del naufragio, los turistas de Puerto Vallarta seguirán sintiéndose navegantes por unas horas cuando suban a barcos hechos de fibra de vidrio y poliéster, que flotan igual que La Marigalante. «Por mi salud, ahora solo navego en yate, pero no me gusta», me contó Vital Alsar aquel día. No le gustaba ese yate porque el agua cuando golpea el casco suena falso, dijo, «en cambio la madera es una poesía». Y sonrió para la foto con sus galeones de fondo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión