Donde ponemos la cabeza
Hay cambios que merecen la pena solo el instante inmediato al que suceden, después se diluye el hechizo. El más evidente es el de girar ... la almohada y apoyar la cabeza en la parte fresca de la sábana, o el primer trago de un vaso de agua, o descalzarte al llegar a casa. El bienestar o lo que sea que provocan estos gestos termina tan rápido que enseguida estás envuelto en la búsqueda de una nueva postura. Pero mientras sucede, bendita novedad. Como bendita es la vuelta al cole.
Se supone que la normalidad era esto, que cada mochuelo vuelve a su olivo, pero hemos empezado el curso sin acuerdo entre el Gobierno y los sindicatos para la retribución del personal docente, y la palabra huelga ha empañado ese rato de placer inmediato, efímero, que es sentir que la vida se ordena, que la rutina no te ahoga sino que te salva de algo. Más tarde nos hartaremos también de esa rutina y necesitaremos cambiar de postura, pero ahora que aún hay luz y atardeceres templados, ¿podemos pensar que un acuerdo es posible? ¿Acaso no tenemos que reclamar como sociedad un sistema educativo justo, sostenible, competitivo, fuerte?
Entre manifestaciones y pancartas, intereses colectivos y responsabilidades individuales, este inicio de curso debería de llevarnos a todos a pensar en que la negociación no debería de ser una cuestión de posturas sino algo más profundo que se sostenga en el tiempo; que el diálogo no contenga solo las reclamaciones puntuales sino un gran pacto por la educación a largo plazo, porque ya sabemos lo que pasa con el hechizo de los cambios puntuales, que solo merecen la pena en el instante inmediato al que suceden. Y después, a buscar una nueva postura.
Hasta la mejor almohada se acaba hundiendo, y ahí es donde ponemos la cabeza cada día, que no se nos olvide.
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