Groenlandia, antes solo un punto blanco en el mapa, ignorado por todos salvo por algunos daneses que la gobiernan desde Copenhague como quien cuida un ... jardín helado, ahora se ha convertido en objeto de deseo de reyes y emperadores disfrazados de diplomáticos y empresarios. Bajo su hielo, que se derrite como cera al sol de los intereses extranjeros, se esconde un tesoro que haría palidecer al mismísimo Midas: litio, tierras raras, cobre y grafito, útiles para cohetes, teléfonos y hasta misiles con los que matarse entre sí. Hasta el yanqui, con su águila imperial, vuelve sus ojos hacia allá, no ya por evangelizar, sino por minerales. Y el chino, con sed de tierras raras, busca oro para sus dragones eléctricos. Y el ruso, deseoso de navegar mares helados que se abren como cofres de corsario ante promesa de botín. Todos quieren su parte del pastel, aunque esté cubierto de nieve y habitado por almas que aún cazan focas con arpones.
Digo yo, ¿no sería mejor para Groenlandia aprovechar su suerte y dejar salir a la luz el hierro y el litio, en vez de seguir enterrados como pecadores impenitentes? ¿Acaso no merecen los groenlandeses tener carreteras sin hielo y hospitales que no se congelen? Claro está que hay quien clama contra la minería, temiendo contaminación y osos sin techo.
Mas pregunto yo: ¿acaso no hicieron lo mismo en Irlanda, USA e Inglaterra? El progreso siempre tiene su precio, y si Groenlandia quiere ser nación, debe pagar con moneda fuerte. Y qué decir de la independencia, ilusión prohibida que corre por sus venas. Si quieren independizarse de Dinamarca, necesitan industria y empleo, no guiar turistas en trineos.
¡Qué locura! Preferir seguir siendo colonia económica antes que tocar una pizca de tierra rara.
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