Paz, Nobel y veritá
En un tiempo en que la verdad parece esconderse entre los pliegues del poder, la reciente concesión del Premio Nobel de la Paz a María ... Corina encarna un soplo de esperanza, dignidad y coraje democrático. La líder venezolana, símbolo de la resistencia cívica frente al régimen de Nicolás Maduro, ha hecho de la transparencia electoral su bandera. Su reclamo de mostrar las actas que el poder oculta, no es solo un gesto político, sino una afirmación ética: sin verdad no hay paz duradera ni justicia posible. Su reconocimiento internacional confirma que la valentía moral sigue teniendo lugar en la escena de los pueblos.
En paralelo, resulta imposible ignorar el reciente plan de paz impulsado por Donald Trump en Oriente Próximo, cuyo resultado visible ha sido el retiro del ejército israelí de Gaza. Que el presidente se haya autoproclamado merecedor del Nobel puede parecer un exceso de protagonismo, pero su contribución concreta al sosiego regional merece, al menos, un reconocimiento ponderado y sincero. La paz, aun cuando provenga de manos inesperadas, no deja de ser un bien universal.
En la historia del pensamiento también hubo espíritus que confundieron el genio con la gloria. León Walras, descubridor del equilibrio general competitivo, reclamó para sí el Premio Nobel de la Paz por haber encontrado, según decía, el orden armonioso de los mercados, despreciando el equilibrio parcial de Marshall y los marginalistas. Tal vez, como hoy, buscaba no un premio, sino una confirmación de que el orden racional puede vencer al caos.
Así, entre la veritá de las urnas venezolanas y la paz incierta de Oriente, el Nobel se convierte en un espejo del tiempo: un recordatorio luminoso de que toda justicia empieza por la verdad y toda paz, por la humildad.
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